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Liz

Por un momento cierro los ojos y comienzo a sentir todo lo que me rodea. Escucho el canto de las gaviotas y el romper de las olas. Huelo la sal del mar y el aroma de la chaqueta de Ethan que llevo puesta sobre mis hombros. Siento al viento impactar sobre mi rostro, y a mis pies tocar la arena húmeda.

Todo es perfecto y parece un lugar de ensueño.

Abro los ojos y observo a Ethan, cuya cabeza yace sobre mi regazo, mientras lee atentamente mi cuaderno y de vez en cuando sonríe, al leer alguna frase. Su pálida piel ha enrojecido un poco por estar todo el día al sol, y su cabello oscuro ha quedado enredado por el viento.

No puedo evitar sonreír al ver esta imagen, ya que jamás imaginé que podríamos llegar a esto. Decido continuar mi lectura del libro que me ha regalado y, a decir verdad, se ha puesto muy interesante.

Vuelvo a levantar la vista y veo que el sol ya se está poniendo, así que decido llamar la atención de Ethan para que no se lo pierda.

—Hey —murmuro y él aparta la vista de lo que estaba leyendo, para observarme.

— ¿Qué sucede? —pregunta.

—Ya va a comenzar la puesta de sol —digo con una sonrisa.

Él se incorpora hasta quedar sentado a mi lado.

—Gracias —susurra dulcemente y me sonríe.

El cielo comienza a tornarse de color naranja y seguimos con la vista al sol, hasta que desaparece.

—Es mágico ¿no crees? —dice y yo sonrío.

—Claro que lo creo —respondo.

Nos quedamos en silencio por un buen rato y vuelvo mi vista hacia su libro. Ethan solo me observa con atención, y a pesar que en otros tiempos eso me habría molestado, ahora no me importa sentir su cálida mirada posada en mí.

Termino el libro cuando ya no queda más luz y las estrellas comienzan a aparecer en el oscuro cielo. Miro a Ethan, quien se ha quedado dormido y pienso en despertarlo, pero no lo hago. En cambio, me acuesto a su lado y miro su rostro, mientras que mi mano comienza a acariciar su cabello. No sé por qué lo hago, tampoco decido averiguarlo. De repente, él sujeta mi brazo y me sorprendo a más no poder. Abre sus ojos lentamente y me mira con su adorable sonrisa.

—Lo siento, yo... —comienzo a decir, pero la verdad es que no tengo ninguna excusa que dar.

—Shh —se lleva el dedo índice a sus labios, sin borrar la sonrisa de su rostro.

Una ola de calor invade mi cuerpo, y ese extraño sentimiento hace presencia en mí una vez más.

No sé qué sea, o tal vez es que no quiero averiguarlo.

Thirty daysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora