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Ethan

Me despierto en cuanto sale el sol, y abro un poco los ojos aún adormilado. Me giro para ver a Liz, que está de espaldas a mí y todavía duerme plácidamente. Me habría gustado despertar y que su cabeza estuviese en mi pecho. Miro su cabello castaño que está enredado, lleno de hojitas y pastos, supongo que yo debo estar igual. Me muevo un poco y siento mi cuerpo algo dolorido; supongo que esto ha sido lo más incómodo y romántico que he hecho en mi vida. Me incorporo un poco hasta quedarme sentado y mi vista vuelve a Liz. Su cuerpo se mueve al compás de su respiración, que es lenta y profunda.

Sonrío.

De repente comienza a moverse y su respiración cambia. Se voltea hacia mi lado y me mira, aún con los ojos medio cerrados.

—Me duele absolutamente todo —murmura y se le dibuja una media sonrisa.

—Buenos días para ti también —respondo con tono burlón.

Ella se sienta y quedamos enfrentados. Nos miramos a los ojos y acerca un poco su rostro al mío, siento mariposas en mi estómago.

—Cuéntame algo de ti —dice con una sonrisa. Todo eso en mi interior se desvanece y me limito a asentir.

—Cuando era pequeño usaba gafas —comento y ella sonríe —Pero me las quité porque se burlaban de mí por eso —añado encogiéndome de hombros. Liz me mira con comprensión y suspira.

— ¿Algo más profundo?

— ¿Cuenta como profundo que hayan metido mi cabeza en el váter hasta el fondo?

— ¿Que qué? —dice sin poder creérselo y me limito a encogerme de hombros con una sonrisa torcida.

—Supongo que eso no —digo y me echo a reír. Ella se me queda mirando sin saber cómo actuar.

Me gustaría decirte lo que siento por ti Liz, pero pensarías que estoy loco.

—Antes lloraba por todo —digo mirando al cielo —Me sentía mal y no sabía ni por qué, sigo sin saberlo... a veces me largaba a llorar sin razón. Luego de hacerlo me sentía bien, como si eso me sacara un peso de encima.

Liz guarda silencio por unos segundos y asiente, sin embargo no dice nada.

—Obviamente me llamaban marica por eso —comento.

—No creo que lo fueras —dice con seriedad —Pienso que eres valiente por mostrar lo que sientes a pesar de que la gente pueda juzgarte por ello... yo siempre he sido una cobarde, no decía lo que pensaba ni mostraba lo que sentía por miedo a que me dejaran de lado, pero de todos modos lo hicieron —prosigue y su mirada se desvía al suelo.

—Eres la primer y única persona que piensa eso de mí, todos me ven como alguien débil —sacudo la cabeza con una sonrisa y luego clavo mis ojos en los suyos —No eres una cobarde, Liz... todos tememos que nos lastimen —añado.

Ella apoya su mano sobre la mía por unos instantes y luego la aparta.

No decimos nada más, no hace falta.

Thirty daysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora