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Liz

Ethan hace su siguiente movimiento en el tablero de ajedrez, matando a mi caballo. Suspiro frustrada, nunca se me dio bien este tipo de juegos.

—Si quieres podemos jugar otra cosa —dice con amabilidad y yo niego con la cabeza, no me gusta rendirme a pesar de que sé que me va a ganar probablemente en menos de cinco minutos.

De repente mis ojos se iluminan llenos de euforia y digo:

— ¡Jaque!

—Liz, esa es mi reina —sonríe y toda la emoción reflejada en mi rostro se desvanece, para dar lugar a otro suspiro de frustración.

Entonces se me ocurre una brillante idea y hago la jugada que más clara tengo: empujo a mi rey, y este se cae sobre el tablero. Respecto a eso de no rendirse... hay excepciones.

— ¿Así sin más? —pregunta Ethan mirándome con sus bellos ojos fijamente.

—Así sin más —le confirmo con una sonrisa divertida, y él también sonríe.

—Vale, como quieras —dice poniéndose a ordenar y yo lo ayudo. En cuanto terminamos me pregunta: — ¿Se te apetece algo para tomar?

—No estaría mal —sonrío.

— ¿Qué te gustaría?

—Supongo que no hay muchas opciones.

—Un té será —dice y me dedica una sonrisa antes de caminar en dirección a la cocina. Lo observo hasta perderlo de vista y me dirijo hacia la gran ventana con vista al mar, para esperarlo; tras unos minutos vuelve con dos tazas humeantes y me entrega una, para luego sentarse junto a mí.

—Gracias —susurro y bebo un poco.

Se forma un silencio al cual Ethan no duda romper luego de unos minutos.

— ¿Alguna vez has tenido amigos? —pregunta con la vista fija hacia afuera.

Guardo silencio por un momento, tratando de asimilar sus palabras.

—Sí, una vez —logro murmurar en un susurro — ¿Y tú?

—Sí, una vez —responde con una sonrisa y abre la boca dispuesto a hacerme alguna otra pregunta, pero lo interrumpo.

— ¿Qué pasó? —digo para no hablar de mí.

—Se mudó de ciudad y a partir de eso, no volvió a hablarme —comenta con una mirada triste — ¿Y qué pasó con el tuyo?

—Era una amiga —susurro —. Jugábamos juntas cuando éramos pequeñas, y cuando entramos al Instituto hizo nuevas amigas y comenzó a ignorarme —confieso con voz quebradiza —. Aparentemente soy reemplazable —sonrío con pena.

Ethan se me queda mirando fijamente y se me hace difícil deducir qué está pasando por su mente en este momento. Entonces, cuando menos lo esperaba, toma mi mano y la sujeta con firmeza.

—Eso no es cierto —dice —. Y no quiero que vuelvas a pensar algo así —su voz me indica que habla en serio.

—Vale, yo...

—Te quiero, Liz —suelta y abro bien los ojos.

—Yo también te quiero, Ethan —respondo un tanto sorprendida.

Le sonrío, feliz por sus palabras.

Pero a pesar de eso, retiro mi mano.

Thirty daysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora