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Liz

Comienza a soplar una brisa que despeina mi cabello y crea un remolino de hojas caídas. El cielo está nublado y unas pocas gotas comienzan a caer de él. Cierro los ojos y las siento impactar sobre mi rostro, no puedo evitar sonreír porque adoro los días lluviosos.

Ethan se acerca a mí con un enorme paraguas color amarillo patito y comienzo a reírme.

—Eres un exagerado, ni siquiera llueve demasiado —digo entre risas y él resopla, tomando asiento junto a mí.

—Buenos días para ti también —dice en tono burlón y me sonríe.

—Oh, vamos... cierra eso —respondo refiriéndome a su paraguas.

—No quiero —me contesta —. Si lo hago, el agua arruinará mi peinado, me llevó toda la mañana hacerlo —añade.

Observo su cabello y lo tiene igual que todos los días. Entonces Ethan comienza a reírse al ver mi expresión y cierra su paraguas con cuidado.

—En mi defensa, cuando salí de mi casa se oían unos truenos infernales —comenta —. Esto fue solo por precaución.

—Lo que tú digas —sonrío.

La lluvia se detiene. Mi vista se dirige a mi cuaderno que dejé sobre mi regazo, olvidado, y que gracias a eso se ha mojado.

—Oh, no —murmuro preocupada. Lo abro y al pasar las páginas veo que están intactas; eso me tranquiliza un poco.

De repente recuerdo algo.

— ¿Está todo bien, Liz? —me pregunta y, aparentemente, le he contagiado la preocupación.

—Sí, solo se han arruinado un poco las solapas —respondo y se lo entrego. Él lo toma y me mira perplejo, sin entender nada —. Puedes leerlo —susurro y veo como una sonrisa se curva en su rostro.

— ¿Hablas enserio? —pregunta sin poder creerlo.

—Muy enserio.

Ethan lo abre cuidadosamente, y comienza a observar las páginas con detenimiento hasta detenerse en una. La acaricia suavemente y pasa las yemas de sus dedos sobre una flor seca que pegué allí tiempo atrás. Entonces sus ojos comienzan a moverse, siguiendo los renglones y sonríe. Está leyendo un poema que escribí el invierno pasado. Sigue pasando las hojas hasta detenerse en otras para leerlas, mientras que yo lo único que hago es observarlo.

—Liz, esto es... —se queda sin palabras y me mira a los ojos —. Tienes talento, Liz, escribes maravilloso —dice finalmente y me sonrojo. Su vista vuelve al cuaderno y se detiene en una nueva página.

Me mira con una sonrisa.

Su vista vuelve al libro.

Y me vuelve a mirar.

—No sabía que escribieras sobre mí —dice con su más grande sonrisa y mis mejillas se tiñen de un color más rojo aún.

Le arrebato mi cuaderno de sus manos y bajo la vista avergonzada.

No recordaba que eso estaba ahí.

Y, a pesar de todo, una parte de mí se alegra de que lo haya leído.


Thirty daysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora