15

4.4K 472 27
                                    

Ethan

Me siento la persona más feliz del mundo. El hecho de que Liz escribiera algo sobre mí me hace sentir tan... tan... ni siquiera tengo palabras para describirlo. Solo quiero abrazarla, decirle al oído lo mucho que la quiero y hacerle saber que es la razón de mi felicidad. Pero claro, no lo haré porque soy un cobarde. Aunque hay que ser realistas por un momento, Liz pensaría que estoy loco y yo no lo estoy, tal vez esté loco por ella, pero mi salud mental está perfectamente.

—Ethan —dice ella chasqueándome los dedos frente a mi rostro, haciéndome salir de mi estado de trance — ¿Estás bien? —me pregunta.

—Sí, lo estoy —respondo con una sonrisa —. Solo me distraje.

—Lo noté —ríe y sigue escribiendo en su cuaderno, mientras que la observo embobado.

Entonces una idea surge en mi cabeza. Una idea que viniendo de mí, es descabellada. Nunca se me había ocurrido algo así, pero de tan solo pensarlo me entusiasma demasiado.

—Oye, Liz —digo captando su atención.

— ¿Si?

— ¿Alguna vez pensaste en irte de aquí? —le pregunto alzando una ceja.

—Créeme que hasta he soñado con eso, literalmente —responde con una sonrisa — ¿Por qué?

—Porque se me ha ocurrido una alocada idea —digo —. Te la diré pero por favor, no la descartes tan rápido —añado y ella asiente, ya haciéndose una idea de a dónde va esto —. Liz, ¿por qué no huimos de aquí mañana?

— ¿Huir? —repite y a decir verdad, es difícil saber qué está pasando por su cabeza en este instante ya que no revela ninguna emoción o algún indicio de qué efecto le causa esto.

—Huir, Liz —digo emocionado — ¿No es algo que siempre quisiste? Y ahora, no tenemos nada que perder... todo el mundo hace lo que quiere, ¿por qué nosotros no?

Ella me observa con atención intentando descubrir si se trata de alguna clase de broma. Naturalmente, se da cuenta de que no lo es.

— ¿Y cómo nos iríamos de esta horrible ciudad? —me pregunta.

—Puedo tomar prestado el auto de mi padre, no creo que le importe —digo encogiéndome de hombros y ella se limita a asentir.

Se forma un silencio entre nosotros.

Liz comienza a subir a mover su pierna rápidamente con nerviosismo, mientras que se muerde una uña de la mano. Mantiene su vista clavada en el suelo, pensativa y sin darse cuenta comienza a tararear una canción.

—Vale —dice luego de unos minutos y la miro sin poder creerlo.

— ¿Vendrás? —pregunto con una sonrisa y lleno de entusiasmo.

—Sí, lo haré —dice.

Entonces olvido por un momento que soy un cobarde, y la abrazo. Ella me lo devuelve y comienza a reír.

No podría ser más feliz en este momento.


Thirty daysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora