Capítulo N° 2

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Camila Cabello nunca había sido pobre. Su familia tampoco había sido rica, pero jamás pensó que su vida y la de sus hermanos cambiaría así de la noche a la mañana tal y cual como ella lo recordaba. Su padre trabajaba para una familia rica y poderosa como zapatero. Tenían una pequeña casa dentro de la misma propiedad, cerca de las afueras de Moscú, en una zona relativamente tranquila. Su madre mantenía en una pequeña parte del jardín de esa casa, una siembra donde cosechaban verduras para venderlas en el mercado de la ciudad. La vida era más que aceptable. Pero un día, cuando Camila aún era muy pequeña, la acaudalada familia había sido expulsada de la zona y junto con ellos, la familia Cabello se vió obligada también a abandonar su hogar.

Intentaron seguir a la familia, pero el jefe de la casa no podía pagar por sus servicios ni mucho más, ya que habían sido desalojados. El padre de Camila les rogó nuevamente a la familia comprometiéndose en trabajar duramente, hacer los mejores zapatos que nunca nadie más habían visto pero la familia los rechazó, dejándolo así sin ninguna opción de empleo. La familia no tuvo más remedio que trasladarse a la ciudad con su hija mayor y su hijo recién nacido. Camila apenas contaba con tres años de edad y no podía asimilar todo lo que a su alrededor pasaba. Apenas recuerda como a su puerta llegó el chico del correo dando la noticia de que debían desalojar la casa en solo dos días. Recuerda a su madre llorando cuando su padre cerró la puerta, agradeciendo al muchacho con un tono bastante triste, pero ella no sabía de qué se trataba todo aquello. Su madre gritaba, preguntando qué iban a hacer. Su hermanito, sorprendido por el ruido, lloraba demasiado. Eran uno de los primeros recuerdos que Camila había tenido en su mente, ver a su madre ir a su cama y cubrirse completamente ya que el frío era devastador aquella noche. Lloraba pesadamente entregándole a su pequeño hermano en brazos a su padre mientras ella cubría su rostro entre lágrimas. A su padre haciendo su mejor esfuerzo mientras sostenía al niño en brazos sentándose en una vieja mecedora mientras lo arrullaba con un movimiento que venía de atrás hacia adelante consolándola de que todo iba a estar bien. Camila no entendía porque todo a su alrededor se había convertido ahora en tristeza y porque su madre lloraba, no tardando mucho para ella también romper a llorar dejando salir de sus pequeños ojitos chocolates, grandes lágrimas de verdadero dolor.

En dos días, Camila y su familia empacaron las que pocas cosas preciosas que poseían, algo de ropa, su platería que vendían puntualmente en un esfuerzo por obtener dinero rápidamente y herramientas que su padre tenía para reparar zapatos. Alquilaron una casa pequeña, demasiado pequeña para cuatro personas. Su padre trató de ganarse la vida reparando zapatos. Había colocado un letrero fuera de aquella casita donde se podía leer la palabra (zapatero). Camila había ayudado a su padre a dibujar y a pintar las letras y a colgarlo en la puerta. Pero pocas personas en realidad mostraban interés por remendar zapatos. Donde vivían, las personas tenían suerte de comprar zapatos de calidad y no veían la necesidad de enviarlos a reparar.

Camila tomó la mendicidad en las calles solo para poder llevar dinero. La primera vez que lo hizo, apenas contaba con cuatro años. Aprendió rápidamente lo que se sentía tener hambre. A veces, el mendigar en las esquinas de las calles le ayudó a conseguir dinero para su familia otras veces solo conseguía fuertes palizas que le propinaban los chicos malos de la zona. Pero poco después ella empezó a pedir limosna, ya que su madre dio a luz a otro niño, otra boca que no podían permitirse alimentar. Su padre prometió que podían resolver, pero su madre dudaba de ello.

Un año y unos meses más tarde, su madre dió a luz a otro niño y luego al año siguiente, gemelos. Su familia siguió creciendo hasta que se convirtieron en una casa con ocho personas y se hizo evidente que estaban en peligro de morirse de hambre.
La vida cada vez era más difícil. Camila estuvo a cargo, no sólo pidiendo dinero, sino también al cuidado de todos sus hermanos menores. Su madre se había dedicado a la reparación de ropa a cambio de algunas monedas. Recordaba que primero alimentaba a sus hermanitos y que al terminar, se encontraba que nunca quedaba algo para ella. Siempre decía, que sus hermanitos tenían que crecer sanos para que al crecer pudieran trabajar y ayudar. Pero aquellos pensamientos optimistas no iban alimentar a un estómago hambriento y Camila encontró sentirse débil después de un largo día. Su padre siempre sacrificaría sus comidas para ella por lo que nunca le había faltado el alimento a Camila, pero la vida era dura y ya la pobreza había llegado al extremo. Su madre a menudo le contaba historias acerca de que algún día, algún joven rico y guapo, la vería en la calle y se enamoraría completa y locamente de ella. Camila se iba a dormir con esos pensamientos y cada noche deseaba poder hacerse mayor lo más pronto posible para que ese sueño se cumpliera y así poder ayudar a su familia de toda esa pobreza. Esas historias eran las que la hacían dormirse por las noches haciendo que el dolor de su cuerpo y las punzadas en su estómago por hambre, le hicieran olvidar todo el sufrimiento.

Sólo las cosas se pusieron peores cuando su madre quedó embarazada otra vez. Camila ya contaba con nueve años cuando se dió cuenta de que su madre se levantaba enferma por las mañanas. Su madre se sentó en la cama y lloró durante horas, diciendo cosas como:

Una Caja Musical me Llevo a TiWhere stories live. Discover now