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La gran ciudad estaba movida, sonaban las campanas de bicicletas y las bocinas de los vehículos. Los niños corrían por la peatonal con manzanas caramelizadas en las manos y un par de perros se peleaban.

En el balcón de su negocio, con un cigarro de tabaco entre los labios, Jungkook Jeon miraba el movimiento de las damas y los caballeros, que cumplían sus caprichos en diferentes tiendas de ropa pero no en la suya. Miraba con envidia a la tienda de enfrente, llena de clientela.

Él había sido exitoso una vez: filas de personas que llegaban hasta el final de la cuadra para probarse sus diseños. Había sido talentoso una vez.

Exhaló una nube de humo que se perdió en el ambiente. Apagó su cigarro en el cenicero, se metió a su estudio y cerró la puerta del balcón. En el suelo había bolas de papel que contenían diseños fallidos, insuficientes para él. En las paredes tenía viejos diplomas que le recordaban a sus victorias en desfiles de modas, con los vidrios y los marcos cubiertos de polvo.

Frustrado, se sentó en su escritorio. Apoyó el codo en la mesa y su rostro en su mano. Miraba hacia un maniquí que estaba frente a él, con telas clavadas a medio coser. Abrió un cuaderno de hojas lisas, tomó un lápiz y empezó a bocetar. Disconforme, frunció los labios, tachó el dibujo, arrancó la hoja, la arrugó hasta convertirla en una bola y la tiró al basurero. La bola rebotó en el borde del recipiente y cayó al suelo junto a las demás.

Se hizo para atrás en su silla, con la vista clavada al techo. Hacía meses que estaba en un bloqueo creativo, hacía meses que nada de lo que hacía le parecía bien, hacía meses que había cerrado su tienda.

Temía ser un fracasado, no salir nunca de este bloqueo que tanto lo limitaba y que sus sueños se arruinaran para siempre.

En la esquina del escritorio había un recibo de los impuestos del local, estaba por quedar en quiebra.

Entonces escuchó cómo alguien subía las escaleras. Golpearon a su puerta. Jungkook tomó una postura decente y aclaró su garganta.

—Adelante —dijo Jungkook.

Una joven de cabellos rubios recogidos en un moño, extranjera, abrió la puerta. Era su ayudante. Jungkook la miró con un poco de pena, si las cosas seguían así tendría que despedirla.

—Hay una mujer abajo preguntando por ti —dijo ella.

Jungkook se extrañó, hacía tiempo que nadie preguntaba por él.

—Enseguida bajo, Clarice, gracias por avisar.

La chica asintió y salió del estudio.

Jungkook se levantó de su asiento, caminó hasta el espejo de pie y se peinó el flequillo. Miró su atuendo, acomodó las mangas de su camisa. Se dió una última mirada y se retiró. Estaba curioso por saber quién solicitaba hablar con él. Bajó las escaleras de madera haciendo que los escalones rechinen en cada paso. Se ajustó la corbata y caminó hasta la tienda.
En la planta baja estaba la parte del comercio. Los maniquíes estaban cubiertos con telas blancas y en la puerta había un cartel de "cerrado". Clarice barría el suelo con una escoba.

Una mujer de vestido largo, lentes de sol y tacones de aguja lo esperaba al otro lado del mostrador. Se estaba mirando las uñas cuando notó que Jungkook estaba allí.

—Saludos, ¿qué se le ofrece? —habló Jungkook desde el mostrador. La mujer se sacó los lentes y los puso sobre su cabeza destapando el despampanante maquillaje que se había hecho, miró a Jungkook. El rostro del joven cambió de inmediato al reconocerla—. ¡Señorita Lee! —le tendió la mano para saludarla, ella aceptó el apretón de manos con delicadeza.

Inspírame 🧵 [JiKookMin]Where stories live. Discover now