Capítulo III. «Licántropos»

4.3K 499 19
                                    

☀️☀️☀️

Lejos de la Isla Real de la Luna, en una gran ciudad costera con grandes valles y bosques, se encontraba Zedric Mazeelven, el príncipe heredero de la casa del mismo nombre, tomando un gran tarro de cerveza que casi alcanzaba el tamaño de su brazo. La cerveza dentro de él burbujeaba, y Zedric se divertía viendo el reflejo de su rostro en el fino vidrio. Su hermano, Calum, estaba junto a él.

La caravana real, (de la que Zedric era parte, ya que su padre era el rey honorario), había hecho el largo viaje anual por un mes y medio a lo largo de todo el reino, entregando invitaciones a la gran celebración que se aproximaba al acercarse la primavera, haciendo alarde de su poder, y haciendo campaña para Zedric, que en unos cuantos años también se postularía para rey. Todo en la agenda de Zedric contaba, todo se encontraba meticulosamente planeado.

Habían sido días cansados y llenos de molestias de parte de todos los nobles que no dejaban de hostigar al príncipe con sus pedidos y adulamientos tontos, pero estaban apunto de acabarse, así que Zedric decidió festejar por ello.

Ese día, templado y a la vez caluroso, había decidido, junto con su hermano, que era el momento de darse un descanso, se lo merecían después de tantas molestias.

—¡Alé! —llamó al camarero al momento que azotaba su tarro, lleno de diversión y altanería, y limpiándose de la espuma con las finas mangas de su traje—. ¿Dónde está mi trago? ¡Maldita sea!

El pequeño joven que lo atendía apareció frente a él, su rostro lleno de miedo, sus movimientos torpes y pesados. No era muy débil, de hecho tenía músculos y parecía ser llamado por el sol, pero el fantástico hecho de tener frente a él a ese gran y sorprendente príncipe era muy atemorizante. Tenía una postura imponente, cuerpo fornido y ojos levemente anaranjados que harían temblar a cualquier persona, un cabello luminoso que de repente parecía quemarse, y una fuerza tan descomunal que incluso había roto varias sillas en un juego que había hecho con su hermano para probarse entre ellos.

Deseando que todo acabara pronto, dejó el tarro del príncipe en la mesa, hizo una pequeña reverencia y se marchó rápidamente a la barra, dónde todos los demás mozos esperaban y observaban sus movimientos con miedo y diversión conjuntos. Habían hechado suertes, decidiendo que el más joven y enclenque de ellos atendería al príncipe, y les divertía observar lo miedoso que era ante la imponente altanería y poder del príncipe.

Segundos después sucedió algo que para todos aquellos observaban, —la mayoría con poco o casi nulo conocimiento del príncipe o las deatribas reales, más allá de saber reconocerlo por su apariencia—, resultaría llamativo, impresionante, e incluso escandaloso. Otro joven alto, fornido, de cejas tupidas y con los cabellos alborotados igual de dorados que sus ojos, entró a la taberna rebosante de confianza y altanería.

Caminó directamente hasta Zedric sin inmutarse. Este, por su parte, se levantó con mirada de pocos amigos, una ceja alzada y los brazos cruzados hacia su rival.

—¡Tú! ¡Idiota! —gritó el joven, llamando la atención de todos.

—¡¿Quién te crees que eres tú para llamarme así?! —le devolvió Zedric. Una pequeña sonrisa, apenas una elevación, se formó en su rostro. Acto seguido, extendió sus manos hacia el chico, dejando salir una gran columna de fuego. El chico se inclinó hacia atrás, evadiéndola.

—¡Soy Nahtán Swordship! —gritó, al momento que le devolvió al príncipe otra enorme columna de fuego. Este, maravillando a todos los presentes y sin siquiera mover un músculo, detuvo el fuego mentalmente, al instante encapsulándolo frente a él y apagándolo.

—¡Tal cómo lo recordaba! —exclamó Zedric, divertido. Ambos rieron con fuerza, disfrutando hacer espectáculos, como siempre.

Calum, el hermano menor del príncipe, rodó los ojos con molestia, mientras que los otros chicos se abrazaron, palmearon, y se sentaron, listos para hablar.

Cantos de Luna.Where stories live. Discover now