Capítulo 39. «Disfruten...»

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Amaris analizó sus palabras muy bien antes de hablar. De ella dependía el destino de sus amigos, así que tenía que actuar con cordura y rapidez.

—Porque estamos haciendo esto por un bien común —respondió—. ¿No apoyan los dioses la bondad y la caridad? ¿No es la guerra lo peor que puede suceder?

Los ojos de la diosa parpadearon en algo que Amaris interpretó como reconocimiento.

—Aquí fue donde todo comenzó —respondió. Su voz era fría, cortante, pero también un poco juguetona. Sus ojos se posaron en el mar, en la fuertes olas que chocaban contra el precipicio debajo de ellas—. Donde mis padres repartieron el poder, donde todo cobró sentido y nos ligó a una existencia como dioses inmortales. Yo, Mirna, me convertí en la diosa de la venganza, ligada a la existencia de las personas, de los mismos animales y de las mismas plantas que piden clemencia desde las profundidades de la tierra. Que piden que todo sea justo. Ustedes están en esta prueba, ustedes dañaron a una inocente, y tienen que pagarlo.

—Nos han juzgado mal. Han dejado nuestras emociones fluir, nos han puesto un encantamiento. Yo misma...

—Tú hiciste trampa. Sabías lo que sucedería de antemano y, aun así, no pudiste evitarlo.

Amaris permaneció en silencio. Como sino tuviera demasiadas cosas de las que culparse, llegaba una diosa todo poderosa y agregaba algo más a la lista.

—No hice trampa, yo no invoco mis visiones —dijo Amaris.

Mirna rodó los ojos y siguió hablando. Sus palabras eran vanas, pero a la vez tenían muchas verdades a las que, si ponía mucha atención, Amaris sabía que podrían ayudar en un futuro.

—Estoy ligada a la fuerza de la venganza, yo no pongo las reglas. Yo no controlo mi poder, él me controla a mí. ¡Tú no sabes lo que ustedes están provocando, es parte de algo más grande!

—Sólo queremos que ese cetro esté en buenas manos.

—Ese cetro es el que ha comenzado y terminado todo en muchas generaciones. Ese cetro  liga a los humanos con las fuerzas divinas. ¿Por qué crees que estamos de vuelta? Los dioses no habían caminado en Erydas por milenios, no se habían manifestado a los humanos más que para procrear cada cierto tiempo o para guiarlos cuando fuera algo estrictamente necesario. Pero ahora estamos aquí, y sólo porque ustedes nos han invocado. Ese cetro me hizo lo que soy. Me obligó a alejarme de mi familia.

Amaris intentaba unir las piezas en su mente sin muchos resultados. Mirna había hablado de sus padres, Orías de su hermana, la madre de todos. Todos parecían estar emparentados y los mayores dioses eran...

—¿La Luna y el Sol? ¿Son ellos tus padres, los que repartieron todos los poderes entre sus familiares?

—¡Oh! ¡Pero qué inteligente eres!
—Amaris no supo si interpretar eso como sarcasmo, pero las cosas se pusieron aun más raras cuando la diosa cambió de forma y se convirtió en una niña pequeña, con rulos y una sonrisa maquiavélica—. ¿Te he dicho que también soy la diosa de los acertijos e intrigas? Me gusta jugar. Los secretos, el drama. ¡Tú tienes mucho drama en tú vida, por eso me agradas!

Amaris parpadeó rápidamente tratando de procesar lo que estaba sucediendo. Mirna era igual que su hermano Orías, cambiando de forma con tanta rapidez que mareaba. De repente se había convertido en Piperina, Elena, Ranik, e incluso en Zedric.

—No sé cual me gusta más —siguió Mirna—. Zedric es encantador. Es elegante como mi padre y tiene ese aire conocedor que encanta a cualquiera. Pero Ranik es tan salvaje, tan dispuesto...

—Están sufriendo y quiero que se detenga —Amaris estaba cansada de juegos, de cambios de humor y de acertijos sin sentido—. Quiero pagarle, hacer un trato para que nos deje ir.

Cantos de Luna.Where stories live. Discover now