Capítulo 36. «Orías»

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Caminar en el medio de la nada, con el calor penetrando hasta el punto más grande de su ser, es lo que nadie quiere llegar a experimentar, lo que puede llegar a hacer que cualquiera abandone sus propósitos y deseos

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Caminar en el medio de la nada, con el calor penetrando hasta el punto más grande de su ser, es lo que nadie quiere llegar a experimentar, lo que puede llegar a hacer que cualquiera abandone sus propósitos y deseos.

Nathan de por sí no deseaba estar en aquella misión. Sí, había una guerra en camino, pero también habían muchas posibilidades en su destino. Podría ser que ese cetro no sirviera de nada, que el Reino Luna y el Reino Sol se unieran para vencer a Zara y su grupo de personas lunáticas.

Un simple cetro no podía conllevar el fin del universo.

Podrían imaginar, con todo lo que he relatado, que estar en el medio del desierto aumentó mucho más sus ganas de desistir. Tal vez tuviera resistencia a las temperaturas altas, pero después dos días con la falta de agua y un buen lugar para descansar, todos estaban agotados.

—Estoy cansado de todo —se quejó él esa tarde mientras descansaban en una especie de picnic incómodo, con mantas debajo de ellos que no hacían nada para detener lo blando que era el terreno arenoso— Del frío, del calor, de...

—Yo estoy cansado de tí —dijo Zedric, molestia brillando en su voz—. Cada vez eres más grosero, molesto, y arrogante...

—Al contrario de tí, no soy una persona sociable —Nathan parecía ofendido, aun cuando sabía que no se había comportado nada amable con los demás en todo lo que llevaba su travesía—. Sólo quieres estar cerca de Amaris, por eso te molesta que me comporte serio, sin intentar de socializar, como tú.

—Esto es una misión. Es lo que...

—¡Silencio! —esto lo dijo Cara, que era la única que no estaba hablando con nadie más, que parecía estar leyendo el terreno—. Creo que algo...

—¡Bienvenidos a este paraje, bienvenidos al desierto! —los llamó una fuerte voz, gruesa, del tipo que cala hasta lo más profundo de tú ser. Todos buscaron alrededor, tratando de encontrar su origen, pero no lo encontraban. Justo cuando estaban viendo detrás de ellos la voz gritó—: ¡Aquí!

Fue entonces cuando lo vieron. La arena comenzó a unirse, miles de granitos de arena formando a una especie de humanoide. Este hombre, lo que fuera, medía más de dos metros, con enormes antebrazos, una larga melena y una especie de túnica que brillaba con la luz del sol. Sus ojos eran un pozo sin fondo, hechos con una especie de roca negra que los hacía ver como una muñeca espeluznante.

—¿Qué eres? —preguntó Zedric sin inmutarse. El raro hombre de arena pasó a tener una boca y barbilla que lo hicieron ver significativamente más humano.

—Soy Orías, el Dios del Desierto —dijo, enseguida extendiendo sus manos para darse más importancia—. Sé quiénes son, porque están aquí y que es lo que quieren. Voy a advertirles, a decirles que este paraje en especial es mágico, que prueba a sus visitantes para asegurarse de que quien se lleve el cetro sea digno. Avancen, y estarán a prueba, deténganse, y serán vistos como cobardes por el resto de sus vidas. Es su decisión.

Cantos de Luna.Where stories live. Discover now