Capítulo XVIII. «El comienzo del fin»

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Sin dudas y para la desgracia de nuestros héroes, la tercera isla en la que tenían que buscar era la más oscura y tenebrosa de las que rodeaban la isla real. A Piperina esto le gustaba por alguna razón, y mientras nadaba no pudo evitar observar el rumor del aire moviendo los árboles y palmeras, así como también el sonido que estos creaban y que hacían una brillante combinación junto con el sonido de las olas del mar al moverse. 

Harry, al contrario de Piperina, sintió náuseas al ver aquel panorama tan aterrador. Todo parecía gris ante sus ojos, lo único que podía percibir con seguridad eran los aullidos de todos aquellos animales que estaban escondidos en la isla.

Por si fuera poco, se sentía inútil. Era sólo un humano y a su lado estaban todos estos seres poderosos, e incluso uno de ellos, (Connor), lo llevaba en su lomo, haciéndole totalmente dependiente de él. Le dolía todo el cuerpo. Apenas si podía mantenerse aferrado, el agua estaba resbalosa, sus rodillas congeladas, sus ojos picaban por la sal del mar.

Para su alivio, el viaje no fue muy largo. Una vez hubieron llegado, todos se cambiaron de nuevo, (usando lo más seco que pudieron encontrar), y se repartieron de nuevo la búsqueda de los estandartes. Zedric, tan noble como siempre, aunque también lleno de confianza, se ofreció a ser compañero de Harry, así los equipos no se verían tan desbalanceados y, en caso de que algo sucediera, estaba seguro de que podría ganarle a cualquier contrincante, y al mismo tiempo, defendiendo a Harry.

—Encenderé la tuya —Nathan, galante y con una sonrisa ladeada, se acercó a Piperina y le ofreció ayudarle a encender su antorcha. Ya era de noche, y aunque Zedric hubiera preferido descansar, Nathan insistió en su decisión de no detenerse, haciendo mención de lo rápido que los demás conseguirían también sus estandartes existiendo las trampas que existían entre todos sus contrincantes.

Amaris se sentía distraída y un tanto fuera de forma después de todo lo que había sucedido. Aún así, se sintió bastante aliviada cuando le tocó ir al norte de la isla junto con los dos seres en los que más confiaba, Ranik y Piperina.

Ranik, aún cuando no lo intentara, podía tranquilizarla solo con ir a su lado. Mientras caminaban, Amaris no podía evitar sentirse agradecida por estar con él, y cuando él habló, segundos después, también se sintió bastante afortunada de tenerlo como amigo.

—Fuiste muy valiente —fue lo que dijo ella, llena de admiración y con ojos brillantes—. Tus habilidades son sorprendentes, nunca te había visto usarlas.

Ranik no era el tipo de persona que presumía o se regodeaba. Después de recibir este halago, sonrió y le contestó con cierta mesura:

—No es la primera vez que trato con un problema semejante —apretó los labios, aún así no dejando de verde agradecido por la atención que Amaris le estaba dando—. En mis viajes por el mundo he visto muchas cosas, conocido a muchas personas distintas, brujas, incluso, pero ninguna tan poderosa. No todo es color de rosa, eso lo sé bien, y es por eso que trato de estar al pendiente de cualquier cosa que pueda suceder.

Los recuerdos le sobrevinieron a Amaris tan pronto como escuchó aquello. Ranik la observó como atención, porque la forma en que brillaban sus ojos cuando pensaba en el pasado era maravillosa, como si motas blancas, copos de nieve, bailaran en ellos.

—Mientras luchabas sentiste la oscuridad en ella, ¿No es así? —preguntó. Ranik asintió, tratando de salir del aturdimiento que le habían provocado sus bellos ojos—. Es tan grande y palpable que incluso sientes que te abruma un bajón de energía, como si quisiera absorberte.

—Sí, exactamente eso sentí —contestó Ranik, lleno de sorpresa—. ¿Cómo lo sabes?

—Mi visión —explicó ella, evitando el contacto visual, porque siempre que hablaba de sus poderes la gente solía mirarla de forma extraña, con miedo, incertidumbre, desconfianza—. Esta visión fue distinta, sentí todo desde tú perspectiva, como si hubiera sido yo la que lo vivió.

Cantos de Luna.Where stories live. Discover now