Capítulo 41. «Lo sabías»

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—¿Sabes dónde exactamente está el cetro? —Zedric preguntó, escéptico—. ¿Es seguro? ¿Cómo es? ¿Tenemos que hacer algo?

Vadhur se llevó la mano a la barbilla, pensando.

—Sí, más o menos, es un lugar bastante raro, y sí, hay ciertas condiciones que se tienen que cumplir una vez que estén ahí.

—Puedes explicarte, ¿Por favor?—rogó Connor con diversión—. Tus respuestas son muy vagas.

—Bueno, hace mucho tiempo que viajo en el desierto —explicó él— Y este no es un lugar normal. Como saben, debajo de toda esta arena hay un gran palacio, una gran ciudad, vestigios de antiguas civilizaciones que han muerto en el medio de la nada. Fue así como, en mi búsqueda de autodescubrimiento, llegué al centro de todo —sus ojos brillaban, movía las manos al ritmo de sus palabras— Literalmente se trata del centro del desierto, y donde mi amigo... —señaló a su mascota alada, que se incó cual perro para dejar que Vadhur lo acariciara mientras buscaba la definición a lo siguiente que diría— Bueno, donde él y su familia vivían.

—¿Y nos llevarás ahí? —Zedric parecía emocionado, tanto que sus ojos llameaban por la emoción— ¿Puedes?

Vadhur sonrió, divertido.

—Lo estoy considerando... —dijo, la mano en su barbilla—Bueno, sí. Los llevaré ahí, pero será mañana. Dejemos que hoy oscurezca, que duerman, y que se recompongan para el día de mañana.

—Yo elegiré el camastro más lejano que hay —dijo Amaris, visiblemente agotada—. Preferiría que nadie hable conmigo hasta que estemos en camino.

Piperina fue y la siguió, visiblemente preocupada. Hablaron varios minutos, se abrazaron y se dieron aliento ante lo que venía.

Una vez Amaris se hubo dormido en sus brazos, Piperina se dejó caer en el camastro a su lado, cansada.

Estaban durmiendo bajo el cielo estrellado. El clima estaba volviéndose más frío, Vadhur había creado de la arena varias mantas a conciencia, un hecho que demostraba lo familiarizado que estaba con el desierto y sus secretos.

Piperina comenzó a pensar en su visión, en lo dolorosa que había sido y en lo afortunada que era de que estuviera bien. Había salido de eso y todo estaba bien.

Fue entonces cuando escuchó los sollozos. Dió media vuelta y miró que, a varios metros de distancia, Alannah lloraba.

Pequeños gemidos salían de sus labios, se cubría el rostro para que nadie la escuchara, pero, al parecer, no sirvió de mucho.

—¿Estás bien? —Skrain se acercó a ella, preocupado.

Alannah se derrumbó, en sus brazos, visiblemente afectada.

—Yo... —gimió, luego confesó con voz entrecortada—: No quiero perder a Amaris. Puedo ver que día con día su situación empeora, pero no puedo hacer nada. Soy una mala hermana.

Skrain soltó un resoplido. Acarició su cabello, un gesto amoroso que hizo que a Piperina le doliera el corazón, y luego, con voz cálida, susurró:

—Eres una muy buena hermana, estás aquí, estás apoyándola. No tienes porque culparte si estás dando lo mejor de tí.

Alannah sonó bastante real.

Skrain sonó bastante real, también.

Se estaban apoyando, dando inicio a una relación completamente sincera y de apoyo a la que Piperina no podía ponerle peros. A ella le gustó que, aun cuando fuera algo doloroso para sus propios sentimientos, aquella búsqueda diera fruto a buenos sentimientos, amistades, amores.

Cantos de Luna.Where stories live. Discover now