Capítulo IX. «El baile de la amada»

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Justo cuando Amaris iba entrando al gran salón de nuevo una pequeña visión le embargó. Describiéndola se vería como un conjunto de imágenes súper puestas juntándose para formar una escena completa.

En la primera vió la barra de comida, en la segunda, a ella tomando una pequeña tartaleta de fresa, en la segunda, al príncipe Zedric viniendo detrás de ella, en la tercera, ella misma viéndose malhumorada, él haciendo una pequeña reverencia y extendiendo su mano, en la tercera, el rostro enojado de Elina Houndligth, su prometida.

Amaris se tambaleó al ver esto, sus sentidos perdiéndose por unos segundos en algo parecido a un mareo.

—Maldita sea —murmuró, entendiendo la escena al instante. En vez de ir hacia los bocadillos fue hacia el otro lado, debajo del balcón de la orquesta.

Amaris fijó su vista en el espectáculo buscando distraerse, pero, a pesar de sus esfuerzos, no podía dejar de pensar en la interpretación de su visión. Si hubiera ido hacia la barra de comida seguro Zedric ya la hubiera alcanzado para decirle quien sabe qué. La reverencia seguro significaba una invitación para bailar y el gesto de su prometida lo celosa que estaría.

Aun así, la reacción de Elina le pareció demasiado exagerada. El baile era considerado una mera formalidad en la cultura tanto del reino del Sol como el de la Luna y siempre, sin importar nada, los príncipes y princesas tenían que bailar entre ellos.

Fue así como llegó a la conclusión de que Zedric no la sacaría a bailar cualquier soneto, sino que intentaría sacarla a bailar para el baile de la «amada» y por eso mismo Elina estaría furiosa.

Suspiró, exasperada. Sabía que lo había aplazado un poco al cambiar de dirección, pero se trataba de Zedric Mazeelven, y los Mazeelven no estaban acostumbrados a que se les negara nada.

Sintiéndose significativamente agotada espiritualmente, se inclinó en una de las enormes columnas del gran salón, detrás de ella el techo se hacía más bajo debido a que estaba balcón del «segundo nivel», en donde se alojaba la orquesta y el comedor. Las escaleras hacia el cometdor estaban al otro lado del salón, junto con la enorme puerta que mencioné abrieron para dejarlos pasar en el capítulo anterior.

Si tan sólo pudiera escapar...

Lo haría. Tenía que hacerlo. Estaba cansada de asistir a esas aburridas fiestas, siempre pasaba lo mismo y aun tenía dos hermanos Mazeelven con los que bailar.

Decidida y harta de todo aquello, Amaris comenzó a avanzar hacia la puerta por la que se podía salir del gran salón con paso confiado y tranquilo.

Pero sus esfuerzos fueron en vano. Justo cuando estaba girando hacia la salida una mano conocida la tomó de la muñeca, deteniéndole. Amaris gruñó, molesta, y se encontró con la mirada de Zedric, que estaba sonriente y confiado, como siempre. No era mejor que visiones comenzaran a embargarle como si de un río fluido se tratara. Se vió a si misma el día siguiente pasando al comedor, vió a Adaliah tan molesta como siempre, Alannah detrás de ella.

«Por suerte no me he desmayado» pensó, aliviada.

Por su parte, Zedric miraba el raro panorama que podía leer en la mente de Amaris con sorpresa. Al notar lo que Zedric estaba haciendo, Amaris se soltó de él y, furiosa, soltó:

—¿Podría dejarme en paz?

Él sonrió. Esos ojos, cautivantes, en vez de hacerla ver intimidante, le daban un toque cómico. Eran demasiado grandes, hermosos, y su forma de expresarse, con su voz cálida y levemente baja...

Cantos de Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora