17.

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Las nubes no permitían dar cuenta que eran las cinco en la tarde y no ya la noche, pues el cielo se mostraba grisáceo y unas gotas caían cada tanto. El día resultaba tan triste en paisaje como para las personas que vestidas de negro se paseaban por entre los pastos y las lápidas.
Llantos acallados y rostros pálidamente congestionados hacían aún más amargo el sabor.

Zayn iba de traje, con anteojos a la par en un conjunto negro. Siempre había detestado los lentes de sol, pero ese día había sido necesario utilizarlos; no quería que nadie lo viera quebrado, sus ojos rojos e hinchados lo delatarían y él necesitaba más que nunca lucir fuerte. Su mujer iba detrás, con el cabello rubio recogido y unos anteojos oscuros el doble de grande que los de su marido. Ambos estaban angustiados por la pérdida reciente, pero el hombre estaba devastado.

-Marie.-

La mujer mayor en edad que la pareja, sostenía un pañuelo lila contra su rostro mientras no podía ni intentaba ocultar las desesperadas lágrimas. Incluso el vestido parecía haberse mojado por el llanto descontrolado de horas. El cabello desaliñado demostraba lo mal que se hallaba; una mujer que toda su vida se había preocupado por lucir bella y elegante, jamás permitiría mostrarse frente a tanta gente con esa pinta. Pero la situación la había superado, y le había roto el corazón.
Al ver al moreno enseguida lo abrazó, sin mediar palabras. Solo se contenían, y ella sollozaba más fuerte.

-Lo lamento mucho, Marie.- se escuchó la voz apenada de Perrie, cuando su marido se había separado del abrazo.

Marie asintió, recibiendo las condolencias y procediendo a también abrazar a la joven. Su marido quería muchísimo a aquel par, y para ella no era distinto.

-Sólo quiero que sepas que yo me voy a encargar de todo.- logró articular Zayn, con la voz ronca -Más tarde arreglaremos los temas de la empresa, cuando estés lista.-

-Cariño..- ella susurró, sorbiendo la nariz -Gracias.- no podía decir más. No podía decir que su esposo ya había dejado especificado en su testamento qué ocurriría con la empresa, o con el dinero.

Ya más tarde él se enteraría.

Cuando un par de familiares se acercaron a la viuda, Zayn y Perrie se marcharon dirigiéndose al cajón cerrado que se preparaba para ser enterrado.

Unas cuantas flores relucían contra la madera, y él no pudo evitar pensar que su viejo amigo se hubiera carcajeado de verse rodeado por tanto pétalo rosado: siempre había dicho que las rosas las prefería de regalo para su esposa en cada mañana junto al desayuno.
Aún no podía creer que se hubiera ido. No podía entender que de pronto hubiera ocurrido, que ahora existiera una maldita lápida con el nombre de Edgar Strudwick. Cincuenta años era una edad demasiado temprana para morir, le dolía saber que quien había sido su mejor amigo y casi un segundo padre durante tanto tiempo, no hubiera llegado a conocer un futuro en el que quizá habría tenido el gusto de ver uno de sus sueños cumplirse.

Perrie estaba triste, sin duda. Pero sabía que el dolor de su marido no tenía comparación, y no tenía cómo sanarse más que solo. Ellos continuaban peleados, no habían vuelto a tocar el tema de su discusión desde que Zayn había recibido la llamada de Marie diciendo entre sollozos que Edgar estaba mal y que lo habían internado en un hospital; horas después había muerto: Nadie estaba enterado de la avanzada enfermedad que llevaba, si quiera él mismo.
El hombre se había dejado consolar en los brazos de su mujer, porque la necesitaba; pero eso no significaba que las cosas volvieran a estar bien. Aún no podían dormir frente a frente, ni mantener una conversación completa. Ya llegaría el momento de hablar, pero las paces momentáneas y distantes habían resultado necesarias en un momento tan abrumador como aquel.

Zayn sintió la mano de su esposa posársele en el hombro en señal de apoyo. Y lo permitió. No deseaba discutir, no deseaba sentirse solo. Quería que ella estuviera ahí, incluso aunque estuviera aún enojado.

Enough Room For Three? |ZERRIE|Where stories live. Discover now