Capítulo 1: Nadie sabe nada de mí.

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WILLIAM/KAI

- ¡Señorito, señorito sabe que se lo ha prohibido! – me dijo Berta, nuestra ama de casa y no por mucho tiempo, mi niñera.

- ¿A sí? pues no le veo aquí para impedírmelo – contesté desafiante.

Sabía que mi actitud le iba a traer problemas, pero no me importaba, nunca me ha importado y además, siempre he confesado y esta vez no sería menos.

- Me reñirá a mí.

- Confesaré, sabes que siempre lo hago.

Se puso justo enfrente de la salida, con los brazos en jarra y con la mirada severa. Recuerdo como me afectaba antes esa mirada, cuando era un niño y significaba que estaba en problemas.

Me subí a mi preciosa moto Kawasaki Ninja ZX-6R negra, me puse el casco y sonreí. Sabía que no podía verme con el casco puesto pero siempre se notaba la sonrisa en la mirada.

Metí la llave en el contacto y arranque. Noté como vibraba entre mis piernas y como siempre que montaba en moto, la sensación de pura libertad vino a mí como una gran tentación.

Vale, de acuerdo, aun no había cumplido los dieciocho años y no me había sacado el carné de conducir, pero nunca me habían pillado, ni siquiera una multa. Aunque claro, era difícil que te pusieran una multa cundo llevas una matrícula falsa y tu moto corre el doble que los coches de policía.

Le dí gas a la moto y esta hizo un ruido ensordecedor, las paredes del garaje temblaron ligeramente y Berta dio un salto hacia atrás pensando que la atropellaría, pero yo ni siquiera me había movido del sitio.

- Quítate de en medio, Berta. Sabes que saldré de todas formas. – la dije volviendo a dar gas a la moto.

Ella me miró desafiante pero al final se aparto y en cuanto lo hizo, arranqué y salí de esa horrorosa casa todo lo rápido que pude.

Él, la persona que me había castigado y la que me amargaba la existencia, era mi padre. Él era un Giffard, lo que en Inglaterra se traducía por miembro o familiar directo de la corona. Mi padre era primo segundo del príncipe y descendiente directo de William Giffard, que según la historia, fue presidente de la cámara de los lores y acabó convirtiéndose en obispo allá por el siglo doce. Mi casa está llena de libros sobre él.

Y solo por eso ya nos correspondía llevar una vida de marquesado que nunca había pedido. No me importaba que mi padre fuese marques, lo que no quería era serlo yo. Y esa es, entre muchas otras cosas, una de nuestras disputas más cotidianas. Él siempre me dice:

- Tú eres William Giffard, igual que nuestro descendiente. Por lo tanto perteneces a la realeza, te guste o no.

Bien, pues no me gusta. Además, si no fuera por el dolor que me producía, tendría el reproche perfecto. Mi nombre no era únicamente William, mi nombre completo era William Kai Giffard. Pero Kai era el nombre que me había puesto mi madre, era un nombre Hawaiano que significaba “El mar”. Hace más de dieciocho años, mis padres viajaron a Hawái de luna de miel, un brujo (según decía mi madre) bendijo su vientre y le dijo que daría a luz a un varón que debía de llamarse Kai, ya que él sería el dios del mar.

Poco después se enteró que estaba embarazada de mi y tuvo una gran pelea con mi padre ya que él consideraba el nombre de Kai poco digno para un futuro marques. Al final optaron por ponerme los dos. Aunque hacia ya ocho años que nadie me llamaba Kai.

Antes todo el mundo me conocía así, a mi me encantaba porque eso ponía furioso a mi padre. Pero desde que mi madre murió de cáncer hace ocho años, tenía terminantemente prohibido usar ese nombre, me costó muchas peleas el conseguir que la gente empezara a temer pronunciarlo. Pero lo conseguí y no solo eso, sino que la gente me temiera a mi también y no solo a mi nombre. Ahora todos me respetaban por miedo y eso me daba un poder sobre ellos que, aunque me parecían rastreros y sin personalidad, eran muy útiles para según qué cosas.

Saga Elementos III: AguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora