Capítulo 24

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Chise se estaba quedando sin ideas para detener a su esposo que a toda costa quería ir donde Renfred e intentar destruir al hijo de este por lo ocurrido con Elise.

  — ¡¿Quieres parar con esto de una vez, Elías?!.— 

— ¡¿Y que me quede sin hacer nada mientras mi hija está llorando por culpa de ese mocoso?!.— 

El matrimonio comenzó una pelea verbal mientras los demás miembros de la casa trataban de hacer oídos sordos, no les agradaba la situación. Sin embargo, sabían perfectamente que si Elías iba, la cosa será peor.

Elise se encontraba aún en su habitación, abrazando su almohada; sus ojos ya estaban fatigados, parecía que las lágrimas no pararían nunca y escuchar a sus padres pelear le hacían sentir peor, se sentía culpable de que ellos estuvieran así ahora.

  — ¡No irás a ningún lado y esta discusión se terminó!. ¡Tu hija es quien te necesita ahora!.— Su cuerpo era pequeño, frágil y todo lo que quieran, pero, era capaz de hacer temblar al mago que le doblaba en tamaño.

Elías se quedó mirándole un momento, suspiró y asintió. Era verdad, su hija es quien más necesitaba de él ahora.

A las afueras de Londres, en lo más profundo del bosque se encontraba cierta chica de cabello color negro, comunicándose con quien al parecer era la "Mente maestra". 

  — Fracasé con el mocoso menor pero, tengo al otro estúpido a mis pies.— 

— Algo es algo. Escúchame bien, de a poco el objetivo se va debilitando... Tienes que matar al hechicero, así ella sucumbirá ante la obscuridad por completo y será nuestra.— 

  — Perfecto, ya me estaba hartando de este teatro y de esta asquerosa apariencia.— 

Los peones caían, el tablero iba perdiendo piezas. Los lazos se rompían y el dolor asechaba nuevamente alrededor de los magos y hechiceros.

En la casa de los hechiceros, Alice se encontraba preparando la cena. 

— ¿Dónde demonios estará Jayden?. Se está haciendo muy de noche.— Escuchó la puerta abrirse, parecía que lo había invocado. — Vaya. Al fin llegas...— 

Él siguió de largo a su habitación sin decir ni una palabra. 

— Oye, la cena...— 

— No tengo hambre. Buenas noches.— Se escuchó su puerta cerrarse. 

Se oyó como si alguien hubiera tirado una roca, era el mismo Jayden que había lanzado su mochila, haciendo que esta impactara con fuerza contra la pared. Los padres de este tiraron todo lo que hacían y corrieron a donde su hijo, al parecer había cerrado con llave.

— ¡Jayden, ¿qué fue eso?!. ¡Abre la puerta!.— Exclamó Renfred empujando la puerta.

— ¡Déjenme en paz!. ¡Quiero estar solo!.— El azabache se encontraba sentado en el suelo, con la espalda en la puerta. Sujetaba su cabeza con ambas manos, un horrible dolor hacía que su cabeza palpitara. 

Los padres del muchacho se miraron un momento, era obvio que algo andaba mal con su hijo. Renfred continuó intentando que su hijo le abriera la puerta, ya que Alice había ido a responder el teléfono.

  — ¿Hola?. Ah, Chise.— La sorpresa de la rubia al oír lo ocurrido entre los hijos de ambos fue tal. — Eso podría explicar el porque ha estado actuando raro...— 

— Así es. Sin embargo, creo que nosotros como padres, deberíamos hablar con ellos y ver si puede haber alguna solución.— Dijo Chise.

— En eso tienes razón, veré si logramos abrir su puerta. La verdad, nunca creí que estos dos fueran a pelear así...— 

Ambas mujeres se quedaron un largo rato al teléfono charlando de sus hijos, los momentos vividos de estos juntos. Era muy extraño todo lo que estaba pasando.

El baile de primavera se acercaba y todo apuntaba que no sería algo bonito. 

La noche pasó. Al día siguiente, Elise la verdad no se veía nada bien pero, de todas formas debía asistir al colegio. Por más que su familia le ofreció quedarse en la casa, esta se negó, a pesar de sus ojos hinchados y fatigados, partió rumbo a la institución en compañía de la pequeña de ojos color rosa, la cual iba abrazada a ella.

La mirada de Elise fue el centro de atención incluso de sus propios profesores, que aunque le preguntaran si le pasaba algo, ella sólo lo negaba. 

  — ¿Jayden?. ¿Te sientes bien?.— Preguntó uno de los compañeros de este.

El chico se encontraba algo agitado, su mirada reflejaba cansancio. — Estoy bien... sólo me duele un poco la cabeza, desde ayer realmente...— 

La muchacha junto a él, sólo le miraba de reojo con una ligera sonrisa en su rostro. 

La jornada acabó, era hora de ir a casa. Jayden, aún con millones de cosas raras en su cabeza, decidió quedarse un momento junto a una de las ventanas del pasillo. 

— ¿Puedes adelantarte?. Realmente quisiera quedarme un momento aquí a que me dé el aire.—  Le dijo a Amber.

— ¡Claro!. Estaré en la entrada esperándote.— Fingió preocupación, y se adelantó.

Elise fue la última en salir, por lo que se topó con el azabache en el pasillo, este no la había visto. Debía pasar por ahí, no había otra salida a las escaleras... 

Se armó de valor y decidió correr para no mirarle a la cara. Este volteó al oír los zapatos volteó, y la vio pero, no sólo a ella... vio sus ojos con lágrimas brotando de estos y aunque ella no le mirara, él lo hizo.

Sintió como si algo se hubiera desconectado en su interior, provocando que cayera y las lágrimas hicieran presencia desde sus propios ojos. Alzó la mirada, viendo como aquella chica se alejaba de él... 

  — Elise...— 

Se quedó en su lugar, mientras miles de cosas que fueron bloqueadas en su mente aparecían... La mayoría de esas cosas, eran Elise, en cada momento a su lado, incluyendo lo más reciente... ser el motivo de sus lágrimas.

La venda de color negro había sido desatada, el corazón que era controlado estaba volviendo a latir; sin embargo, ese mismo corazón estaba partiéndose en dos por la culpa, había permitido que lo usaran... y así poder destruir lo que más quería en la vida.

Ahora sabía todo, aquellos mareos, dolores de cabeza no eran por enfermedad... lo estaban controlando. Con la mirada fija en el techo, con esas gotas saladas cayendo por su rostro.

Claramente sabía que nunca sería perdonado por lo que pasó, aunque no haya sido él quien lo hizo, era su cuerpo y su voz. Aún así, haría algo para aunque sea, destruir lo que había destruido su vida. 

El karma existe, y el joven hechicero haría hasta lo imposible para que este llegara a quien se atrevió a verle la cara y llevarse su tesoro más grande.





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