Capítulo 2.

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El olor a humedad entraba por mis fosas nasales haciendo que me costara respirar profundamente

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El olor a humedad entraba por mis fosas nasales haciendo que me costara respirar profundamente. El duro y frío hormigón estaba logrando que mi espalda me doliera insoportablemente y me congelara todo el cuerpo. Mis muñecas me dolían de las esposas y sentía que el frío metal me apretaba de forma inhumana.

Además de estar encerrada en una pieza de dos por dos, estaba esposada. No entendía el porqué. ¿A donde iba a ir? ¿Qué podría hacer? 

 Exactamente no sabía cuánto tiempo llevaba allí totalmente incomunicada, pero calculando por el grado de mi jaqueca y la sed que tenía, ya hacía bastantes horas pero menos que una eternidad, que era lo que me parecía en este momento. 

 El cotilleo de los oficiales de la comisaría no cesaba poniéndome de muy mal humor. No había otra cosa que más me molestase que el cotilleo. Bueno, pensándolo bien sí, había algo que me molestaba más... esperar. Mi obsesión por la puntualidad me había traído en mis veinticinco años grandes dolores de cabeza. Siempre era la primera persona que llegaba a todos los lugares, siempre estaba lista una hora antes de salir, solo por si acaso.

Esperar, me irritaba profundamente. Y si tengo que esperar a que suceda algo que justamente no sé qué es y que sobrepasa mí limite de control, sumado al cotilleo incesante de uniformados que me acusan de asesina, a esta altura no sé si llamar a un abogado o a un psicoanalista. 

  Suspiré profundamente arrepintiéndome antes de que mis pulmones se llenaran de bacterias.

¿Qué le diría yo a un paciente si me llamase y me cuenta que está en una situación similar a esta? Pues, que respire, que se calme. Que todo se va a solucionar y que me corte inmediatamente y llame a su abogado. ¡Ja! A veces los psicólogos solemos recalcar lo obvio. Lo obvio que es para nosotros y que los demás no lo ven. Sin embargo, cuando a nosotros nos vemos con la soga al cuello, solemos ahogarnos en un vaso de agua. 

— ¡Hey tú! ¡Levanta! Tienes derecho a una llamada — gritó una oficial mientras abría la celda — ¿Qué? ¿Aparte de asesina eres sorda? ¡Levanta! 

— ¿Tiene un poco de agua? — pregunté y ella levantó una ceja.

— ¿Quién crees que soy? ¿Tu puta sirviente? ¡Joder! Pero esta.... ¿quién se cree que es? — dijo señalándome con la cabeza a un policía que sonrió mirándome — Anda, tienes tres minutos. Joder con la niña rica esta...

Esta niña rica les va a hacer un juicio a todos ustedes por daños y perjuicios cuando salga de aquí y se aclare todo.

Por supuesto no lo dije, solo lo pensé porque hasta que eso no suceda tenía que agachar la cabeza y... llamar a mi padre.

— ¿Papá? ¿Cómo estás? — pregunté cuando luego de dos tonadas atendiera el telefono.

La oficial me miró riéndose y me mostró tres dedos recordándome que solamente tenía tres minutos para explicarle de la mejor manera a mi padre que estaba detenida.

• Código de Ética - (Finalizada)Where stories live. Discover now