Capítulo 33.

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La alarma sonó y yo me quejé entre dientes molesta, mientras me deslizaba lo más abajo posible en la cama y me tapaba hasta la cabeza

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La alarma sonó y yo me quejé entre dientes molesta, mientras me deslizaba lo más abajo posible en la cama y me tapaba hasta la cabeza. Otro día en este lugar... otro día de mi vida perdido. Tengo que admitir, que muchas veces se me ha pasado por la cabeza intentar escaparme e irme bien lejos de todo, pero a los dos segundos pienso que es la peor idea que se me podría ocurrir. Además ¿hasta dónde podría llegar sin que me atrapen? Pondría un pie afuera de este lugar y ya tendría a toda la policía sobre mí y un pena más larga de lo que ya era por intento de fuga... ¡Joder no!

Lo mejor que podría hacer sería aguantar como hasta ahora y convencer al jurado que soy inocente. La esperanza era lo último que se perdía y yo estaba aferrada a ella como una fiera. No veía la hora de salir de aquí con mi nombre limpio y rehacer mi vida... ¿Con Christopher? Era imposible no hacerse ilusiones después de lo que ha pasado con él... ¡Joder, ayer en el baño! Sus besos, su perfume, su... ¡Todo!

De un momento a otro las sábanas fueron arrancadas de mi cama y así también mis placenteros pensamientos.

— ¿Por qué diablos tiene esa estúpida sonrisa en la cara? — preguntó Bonnie.

Yo suspiré molesta y me tapé el rostro con la almohada.

— Tuvo sueños húmedos — comentó Nora.

— Lo del pepino está funcionando —agregó mi otra compañera.

— Las estoy escuchando, por si no lo sabían — hablé sacándome la almohada del rostro y clavé los ojos en ellas— ¿Por qué tienen la mente tan sucia? — pregunté levantándome.

— ¡Ay querida! Ya serán ocho años desde la última vez que...

— ¡¿Cómo?! — la cortó Bonnie.

Dejé de peinarme y la miré con los ojos como platos. Bonnie que estaba con la boca abierta, me observó.

— ¡Tenemos que hacer algo! — me dijo —Esto no puede seguir así — asentí estando de acuerdo con lo que me decía — ¡Llama a tu padre ahora mismo! — exclamó Bonnie y mi sonrisa se borró.

— ¡No es gracioso! —grité aventándole el peine.

—¡Oh Fabrizio! — exclamó Nora con un acento italiano pésimo.

— ¡Las detesto! — expresé yéndome de la celda, mientras sentía las carcajadas de mis compañeras.

Luego de ducharme, me encontraba frente al espejo, desenredando los increíbles nudos que se me habían hecho en mi cabello. Mi rostro parecía un lienzo, en donde un niño pequeño había volcado acuarelas, rosadas, moradas y verdes... los golpes estaban en un proceso de definirse por un color y mi labio inferior aún se encontraba hinchado, debido al corte que tenía en la esquina del mismo.

Mi ceño se frunció cuando observé en el reflejo que Trish se había parado detrás de mí y me observaba fijamente con una sonrisa.

— Heridas de guerra — dijo y yo la miré.

• Código de Ética - (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora