Capítulo 8.

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Mi mal humor iba en aumento a medida que iba llegando a mi trabajo

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Mi mal humor iba en aumento a medida que iba llegando a mi trabajo. El aire fresco y los rayos del sol golpeaban mi rostro y disfrutaba cada segundo de ello, porque sabía que por unas cuantas horas no volvería a ver la luz del día. 

Toda mi vida había querido ser un agente de policía, patrullar las calles de Washington, investigar casos... poder servirle a mi país. Sin embargo aquí estaba; encerrado en una maldita prisión de mujeres privadas de libertad con abstinencia, en la cual me sentía un prisionero más.

Aparqué mi motocicleta y observé como Jacob llegaba pedaleando como una abuela con parkinson su antigua bicicleta verde. A veces me preguntaba cómo carajos este hombre era oficial y no un animador de fiestas infantiles.

— ¡Hoy es el gran dia! — exclamó sonriente quitándose el pequeño casco de su cabeza.

Levanté una ceja, esperando una explicación a su efusividad y lo miré expectante.

— Hoy conoceremos a nuestra nueva jefa — me aclaró como si fuera sumamente obvio.

Por supuesto que me acordaba, desde la muerte de Grace Williams no paraban de cotillear por todo el centro y hacer apuestas sobre quién sería la nueva directora. 

Tenía mis sospechas y no me sentía demasiado conforme al respecto.

La agente Williams era una gran mujer, si bien la consideraba demasiado empática y solidaria para ser la directora de un centro penitenciario, tenía muchos años de experiencia y tenía claro cómo llevar adelante un cargo tan importante en el que, lamentablemente, estuvo poco tiempo. 

Su muerte había sido toda una sorpresa para nosotros. No era una mujer que dejase una lista de enemigos, pero sí una gran cantidad de colegas que deseaban ocupar su lugar.

— Es todo muy extraño — comenté reflexionando sobre la situación, mientras ajustaba mi chaleco para entrar al módulo.

El aroma a humedad nos dio la bienvenida a nuestra jornada laboral.

— ¿Por qué? — me preguntó mi compañero y esta vez fui yo él que lo miré con obviedad.

Abrí mi boca para darle una lista en respuesta, pero sentí que gritaron mi apellido en una de las celdas. Dirigí mi mirada a la número nueve y me encontré con la reclusa número 1626 mostrándome sus pechos caídos.

— ¡Me cago en la puta! — me quejé frustrado al aire.

Mi compañero corrió a separar a dos mujeres que se estaban tirando de los pelos en el pasillo.

Si por mi fuera, la llevaría a aislamiento a las dos para que se terminen de arrancar el cabello, y esa era la razón por la que me habían transferido aquí. Precisamente no me destacaba por la amabilidad y la compasión, es por ello que pensaron que en este maldito lugar se necesitaba de oficiales que tengan mano dura y que no le temblara el pulso en tomar una decisión. O, en realidad, eso es lo que se cree oficialmente...

• Código de Ética - (Finalizada)Where stories live. Discover now