El Sumiso ~ 34

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Narra Peter:

Me siento en el sillón, justo a su lado. Suspiro y la agarro de la mano. Tal vez eso, aunque la ponga un poco nerviosa, la haga sentirse más cómoda para contarme todo.

— ¿Así que Mariano tuvo más hijos aparte que Santino?

Ella asiente con la cabeza:

— Sí. Santino siempre le importó una mierda. Era la única razón por la que no quería que Santi supiera de todo esto. Podría ser muy duro para él, es pequeño aún. Y es un nene muy sensible. Pese a que le he enseñado a ser fuerte en algunos momentos, cada uno es de una forma. Y Santino es sensible. Cuando piense en todo lo que le hizo su padre, dentro de unos días, se que va a disgustarse aún más. Pese a todo, estoy muy orgullosa de él. Hoy se ha comportado como todo un campeón, me ha dicho cosas hermosas.

— Es un nene muy amoroso.

Ella me mira sonriendo:

— Sin duda. Le he educado de la mejor forma posible. Yo no quiero que él tuviera la misma vida que un día tuve yo.

Trago saliva:

— ¿Qué te pasó?

— Cosas — responde ella.

— ¿Y esas cosas... No me las podés contar? Lali, te juro que lo que vos me puedas contar, no se lo voy a decir a nadie. Lo de la cuerda, no se lo he contado a nadie — ¡UF! La cuerda... ¿Debería no haberla recordado lo de la cuerda? Creo que he metido la pata.

— Lo de la cuerda es una tontería comparada con todo lo que yo he pasado, Peter — me responde seriamente.

Hoy Lali se comporta como la madre preocupada y perseguida por el pasado. La cara de ella tiene una postura diferente. Y es entendible. Ese hombre la lastimó, y tal vez no puede dejar de pensar en todo eso.

— ¿Tan fuerte es que no podés contarme?

— Emm... Si no querés dejar de pensar en que mi vida ha sido una desgraciada continua, y si no te doy pena después de contarte esto. Podría contártelo. Después de lo que ha pasado hoy con Mariano, las cosas me dan bastante igual, si te soy sincera. Santino es la persona más querida de mi vida, nunca pensé en lo que hoy podía descubrir. Quería cubrirlo hasta que el fuera más mayor... Pero bueno...

— Yo te juro que no me va a dar ninguna pena — la agarro la mano aún más fuerte —. Y que no se lo voy a contar a nadie. Ni a la almohada si quiera.

— Bueno... — ella traga saliva —. No estoy lo suficientemente preparada. Solo Nico sabe de todo esto. Me adoptaron cuando era chiquitita.

— Eso, lo conocía. Bueno, como ya la dije en un primer momento, lo de tu adopción sale en Internet.

— Ya lo sé. Y le doy las gracias a Dios de ser adoptada. Si no me hubieran adoptado, no seguiría en el mundo de los vivos. Mi padre era una mierda de persona...

— Lo siento.

— Cuando vivía con mi mamá... Éramos 4 hermanos, Gastón, María y Coral. Yo era la segunda. Y Gastón nos cuidaba a todos mientras mi mamá trabajaba. Vendía pañuelos y fruta en las paradas de los semáforos y bajo los puentes de la ciudad. Apenas ganaba plata. Pero nos quería mucho a todos sus hijos, y estoy segura de que pese a todo hubiera dado la vida entera por nosotros. Cuando yo tenía tres años, nació mi hermana pequeñita, Coral. Y entonces, mamá tuvo que dejar de trabajar. Gastón era el que se ocupaba de salir a la calle, mientras nuestra madre nos cuidaba en casa. Mi viejo aparecía a veces, la pedía dinero a mi mamá, y como ella no le daba nada, porque realmente, si se lo daba, nos moríamos de hambre... Él la pegaba. La golpeaba sin parar — ella se frotó la cara, secándose alguna lágrima que ya había caído por sus mejillas —. Y ella no se merecía que la maltrataran. Pero a él le daba igual, solo le interesaban las drogas y el alcohol. Siempre olía mal.

Realmente, he metido la pata. La estoy haciendo mal, aunque por otra parte, si esto solo se lo ha contado a Nico, todavía tiene la necesidad de desahogarse. La abrazo fuerte y ella sigue contando la triste historia que vivió en su infancia:

— Un día la pegó, mucho. Gastón tuvo que llamar a la policía porque mamá no podía ni levantarse del piso. Cuando la policía vino, nos sacó a todos de la casa, y a mi mamá se la llevaron presa. Por tener a 4 menores de edad viviendo en condiciones de extrema pobreza. A mi hermano le perdí la pista entonces, y a Coral la mandaron con una familia rica. Ella tuvo suerte. Pero, María y yo, no tuvimos tanta suerte.

— ¿Qué pasó?

— Nos mandaron con una familia decente, nos quería. Aunque mucha atención, no nos prestaba... Por eso, un día jugando solas en el jardín... Nuestro papá nos secuestro, y nos secuestró. Y los golpes volvieron. Yo quería proteger a María, y por eso no dejaba que la pegaran a ella. Siempre me pegaban a mí. Gracias a Dios, la policía nos encontró, nos internó en el hospital... Y bueno, ahí fue cuando me adoptaron.

— ¿A María no la volviste a ver?

Lali niega con la cabeza:

— Ojalá... Pero no. No volví a verla.

— Supongo que... ¿Te gustaría volver a verla?

— Es el pasado... La dura infancia que tuve. Creo que me recordaría demasiado a los golpes de mi viejo, Peter.

— Pero, desde que tus papás te adoptaron, la cosa fue mejor.

Ella niega con la cabeza:

— No lo creas. Me sentía muy mal en la casa... Porque los golpes se me habían quedado perfectamente grabados en la cabeza. Me daba mucha cosita que me tocaran, porque todo el cuerpo me dolía.

— Entiendo...

— Tenía el cuerpo negro de todo lo que ese hombre me había hecho. Estuve yendo al pediatra durante meses, para revisiones... Al final, me recuperé del todo. Y bueno, todo fue fácil hasta que cumplí los 14 años. Me había adaptado lo suficientemente bien al colegio, pero las vacaciones de verano del curso 2005 a 2006... Me cambiaron la vida. Perdí la virginidad ese verano, con un chico, hijo de un amigo de mis padres... Cuando volví de Buenos Aires, me sentía muy madura, la más madura de toda mi clase. Y entonces... Me equivoqué.

— ¿Por qué?

— Porque conocí al padre de mi hijo. A Mariano. Él me ofreció dinero. Estuve siendo su prostituta particular durante años. Hasta que me quedé embarazada de Santino.

¡¿QUÉ?!

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