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—Caminantes blancos, los vi. —decía un joven, miembro de la Guardia de la Noche, acusado de deserción— Sé que rompí un juramento, y sé que soy un desertor. Tendría que haber vuelto al muro y advertirles, pero ví lo que ví. Ví a los caminantes blancos. La gente necesita saber... -contaba con temor- Si puede llevarle mis palabras a mi familia, dígales que no soy un cobarde, dígales que lo siento.
Ned Stark lo miró, y escucho cada una de sus palabras con atención. Demonios de nieve, hielo y frío. El antiguo enemigo. El único enemigo que importa de verdad.
Escuchar el relato de ese joven sembraba dudas. Según muchos, los caminantes blancos habían desaparecido hace muchos años, y ya no eran una preocupación para los siete reinos.
-En el nombre de Robert de la Casa Baratheon, el primero de su nombre, rey de los Ándalos y de los Primeros Hombres, Señor de los siete reinos y protector del reino...yo, Eddard de la Casa Stark, Señor de Winterfell y guardián del norte, te sentencio a muerte. -finalizó, para después blandir su espada y cortar la cabeza de aquel muchacho.
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—¡Lena! ¡Ven, tienes que ver esto! —Bran corría por todo el lugar con un pequeño bulto en sus brazos.
La chica mencionada al escuchar al pequeño niño, se acercó a él caminando tranquila. Robb iba justo detrás de su hermano, sonriendo por lo emocionado que se veía.
—¿Qué tienes ahí, eh? —le pregunto tal vez igual de emocionada e intrigada.
Bran apartó su abrigo descubriendo al pequeño cachorro que sostenía en sus brazos.
—¡Es un lobo huargo! —exclamo Bran.
—Los encontramos cuando veníamos de regreso. —le contó Robb— Uno para cada hijo Stark. —él que tenía a su lobo también en brazos, se lo entrego a Lena, que parecía estar maravillada con los cachorros que tenía en frente.
