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— La noche resplandece como usted, mi lady. —escuchó detrás de ella, por alguna razón esa voz le causó escalofríos.
Littlefinger.
Ella se giró hacía él con el ceño fruncido. El hombre tenía una sonrisa de oreja a oreja.
— Lord Baelish.
— Imagino que está contenta de regresar al lado de su esposo. —comentó.
— Lo estoy. —respondió con simpleza.
— ¿Qué tal la vida matrimonial? Debe ser difícil en medio de una guerra. Usted debería estar en un lugar seguro, no de campamento en campamento.
— Mi lugar es con mi esposo. —simplificó— Nunca se ha casado, ¿no es así?
— Por desgracia, el arte del amor no es para mi. —admitió— Pero usted, parece que la suerte le favorece, mi lady. Ningún juramento pudo detenerlos.
Lena sabía hacia donde estaba encaminada esta conversación, lo que no entendía era qué quería lograr Petyr Baelish con ella.
— Parece que está muy interesado en mi matrimonio, Lord Baelish.
— El matrimonio de una joven de familia noble siempre atrae la atención, sobre todo cuando todo el reino habla de usted.
— Apuesto que si. Los pobres mueren de hambre mientras los nobles intercambian chismes. —reprochó con voz áspera— No hay que darles más de que hablar.
— Tiene toda la razón, Su Alteza. No cabe duda de que cuando llegue el momento sabrá reinar con sabiduría.
— Deje las falsas cortesías, Lord Baelish. Yo no soy reina.
— ¿Está segura? —inquirió. Cada vez que las palabras abandonaban su boca era como tuviera enfrente a una víbora— Que tenga un buen viaje, Reina en el Norte.
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Robb volvió a respirar con tranquilidad cuando vió a su esposa sana y salva de regreso en el campamento. No la veía desde hace una semana y lo sentía como una eternidad.
Corrió apresurado a encontrarse con su esposa ayudándola a bajar del caballo. En cuanto sus pies tocaron la tierra, sus brazos se enredaron en su cuello casi de inmediato.
