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— ¿Cuantos hombres dijiste?
— Quince mil.
Robb sintió que volvía a sostener la victoria en sus manos. Ahora con los dornienses cruzando las aguas para unírseles a la batalla, serían el ejército más temido, más que el de Tywin Lannister. Ya ni siquiera las noticias de los Tyrell podían asustarlo tanto.
— Pudieron enviar más hombres, pero mi padre...
El rey se adelantó y tomó a su esposa de las manos.
— Es suficiente, es más que suficiente. —la tranquilizó, repasando en su cabeza el número de hombres que ahora tenían— Has hecho demasiado por mi, por mi familia y por el norte. Y yo no te he dado nada a cambio.
— No necesitas hacerlo. —tomó una de sus manos entrelazándola con la de ella y lo miró directo a los ojos— Además las cosas serian diferentes si Renly siguiera con vida, yo no pude hacer nada...
— Eso no fue tu culpa. De haber ido con él te habría perdido, y jamás me lo hubiera perdonado. —calló por un momento y observó a su esposa con dulzura, pasando un mechón de cabello por detrás de su oreja— Sé que te he hecho muchas promesas, muchas de las cuales no he cumplido. Espero que no te moleste si te hago una más.
Ella negó sonriendo, esperando con ansías lo que tenía por decirle.
— Una vida feliz. Cuando todo esto acabe no habrá más guerras, no más campamentos llenos de hombres armados, no más horas de preocupación e incertidumbre.
La sola idea le fascinaba y la llenaba de ilusión. Tantos años escuchando historias de amor, finalmente tenía la suya propia.
— Iniciaremos nuestra propia familia. Tendremos muchos hijos. —decía con emoción. Lena no podía evitar sentir ternura.— ¿Te imaginas? Nuestros niños corriendo por todos lados.
— Es una hermosa imagen. —admitió ella.
— Vamos a envejecer juntos. —prometió, tomando a la joven de las mejillas para besarla con ansias.
Lena siempre temía que ese beso fuera el último, pues siempre le tocaba verlo partir montando su caballo y la espada a un costado. Enredo sus brazos alrededor de su cuello para atraerlo más hacía ella, Robb sonrió a mitad del beso y la idea de recuperar el tiempo perdido rondó por su cabeza. Rodeó su cintura con ambos brazos a medida que el beso se tornaba más intenso.
— Disculpe majestad, mi reina. —dijeron desde la puerta.
Robb gruñó al tener que separarse de ella, pero antes de hacerlo susurró en su oído: — Retomaremos esto más tarde.
