Capítulo 3: Campo de juego

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•—Empezar Música—•

***Alice***

Hildur se encuentra junto a mí. Estoy furiosa; es imposible que nos estén haciendo esto... y menos después de toda la ayuda que le he dado al presidente. ¿Cómo es esto posible?

Los guardaespaldas mueven las pantallas frente a nosotras.

—Esto es un error —hablo con autoridad—. Yo no debería estar aquí. Déjenme hablar con el presidente.

—Calla —comanda uno de ellos—. Todos los que están aquí deben estarlo. No hay errores. El presidente nunca se equivoca.

—Te mataré... me aseguraré de hacerlo. —Memorizo su estúpida cara.

—¡Ayuda! ¡Por favor! —exclama alguien a mi lado; es Stephine, la chica diabla.

—Nadie nos ayudará... —menciona otro, frente a mí. Es Samuel, el payaso ciego. Él se encuentra sentado, en su cubículo. Se ve atento, como si prestara atención a todo lo que sucediera a sus alrededores.

—Todos los cubículos se levantarán y ustedes me van a seguir. Los guardaespaldas los estarán vigilando detalladamente. Es mejor no hacer nada estúpido; les podría costar la vida. —Harland muestra una sonrisa y guiñe su ojo.

Presiona un botón, y las cajas de cristal se levantan lentamente. Pienso en escapar, pero no conozco el lugar. No tengo idea de en dónde estaremos. Decido mantener la calma y tener a Hildur cerca de mí. Tendremos que esperar.

Todos caminamos por el oscuro pasillo. Se siente extraño el estar junto a las personas con quienes he hablado por meses, coordinando que estuvieran presentes en el lugar... personas tan desagradables, tan peligrosas, tan crédulas. Y saber que yo fui peor de crédula al pensar que podría confiar en el presidente me consume en un profundo enojo.

—Nadie hable si no quieren sufrir las consecuencias. Solo están aquí para escuchar las indicaciones, para comprender las reglas del juego con detalle, para entender cómo funcionan los equipos de audio y cámaras. —Los ecos de Harland se escuchan por las esquinas de la lóbrega mansión.

Llegamos al final del pasillo, en donde hay cientos de pantallas. Él se detiene frente a nosotros. Está tan oscuro que no puedo observar con detalle a quienes me rodean, pero no me importa. Solo quiero mantener a Hildur sana y salva... es lo único que importa.

Veo a Tricia atenta. Ella ojea a los alrededores, busca a Sonnet, su modelo, o eso supongo. A mi lado se encuentra Amalea; la chica elfa. Está calmada, o eso parece. Su soberbia, aún en esta situación, se siente en los alrededores. Todos saltamos de la sorpresa.

—¡Muy bien! —Harland hace una voz intrépida, dando un aplauso—. Como pueden ver frente a ustedes, toda la mansión tiene cámaras encendidas en todo momento; para que el representante o modelo pueda ver y asista a su aliado.

—¿Qué pasa si odio a mi representante? —cuestiona Amalea con tirria—. No quiero ser su aliada. Prefiero que me maten en este momento, a tener que acompañar a este engendro en esta estúpida pesadilla. ¿Puedo participar sola? Les juro que no me importaría.

—Todo esto es parte del juego, mi querida Amalea. No estamos en tu ambiente natural, en tu jaula de oro con caprichos y aberraciones. Tienes que trabajar en equipo con quien "odias", o tendrán una oportunidad mucho más alta de morir. Triste, pero cierto... —explica Harland—. Triste... pero cierto.

—Samuel... ¿en dónde estás? —Daisy se mueve entre nosotros. Un guardaespaldas la toma del brazo y la empuja. Le apunta en la cabeza con una pistola.

El Juego Macabro (#2 En actualización) - GRATISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora