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[EL INICIO]
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E N E R O

Sin poder evitarlo, temblaba.

Era imposible no hacerlo.
No era solo por el frío de la silla de metal a la que estaba esposada, sino porque no entendía qué es lo que estaba pasando.

Aquel lugar era escalofriante, y aunque ya llevaba cinco días allí dentro, el miedo no disminuía.

Ni siquiera me habían dicho nada, ni siquiera me habían dado una explicación.

Los recuerdos estaban borrosos en mi memoria. Y se desvanecían poco a poco.

Pude oír la conversación entre dos personas que calculaba que se encontraban a unos veinte metros ante la puerta.
No me pregunté cómo es que de repente podía escuchar tanto.

Lo oía todo.

Uno, dos, uno, dos.
Las gotas que se escapaban de una tubería rota y caían al suelo.

Uno, dos, tres. Uno, dos, tres.
El intervalo de silencio entre los gritos que provenían de algún lugar fuera de la habitación.

Un, dos, tres, cuatro.
Los pasos de un desconocido hasta que se abrió la puerta y dejó de serlo.

- ¿ Quién eres ? - pregunté.

La voz me salió tan rasposa y débil que no la reconocí ni yo misma.

Solo en aquel momento me di cuenta de que llevaba sin beber demasiado tiempo.

El hombre de pelo canoso y gafas cuadradas me enseñó una sonrisa efímera. Era joven, y sin embargo, se veía viejo.

Se dió un golpecito en las gafas con los dedos.

- Para ti soy El Doctor.

Su respuesta fue tan extraña y directa que me desconcertó.

- ¿ El Doctor ? - repetí, saboreando la palabra.

Él asintió, sin decir nada más.

Me miró un largo rato y después comenzó a dar vueltas por la habitación.

Observé que llevaba una bata, como la del médico al que me llevaba mamá cuando me daban los ataques.

Mamá.

Esa palabra cruzó como un flash por mi mente, pero no pude recordar nada de ella en específico.

Fruncí el ceño.

Recordaba cosas mías en las que ella había estado implicada... pero por alguna extraña razón no lograba tener una imagen clara suya en mi cabeza.

- ¿ Estoy en un hospital ? ¿ Me he pasado ? - pregunté perdida.

El hombre de la bata tardó un tiempo en contestar.

- ¿ A qué te refieres con "me he pasado", Enero ? - preguntó con voz calmada.

Fruncí el ceño de nuevo.
Yo era Iris, no Enero.

- A veces me olvido y hago magia - respondí inocentemente, y el hombre se rió.

- Magia, sí. A veces, la magia puede ser engañosa, ¿ sabes ? Puede distorsionar la realidad, confundirnos. Cuando a nuestro alrededor todo es magia, ¿ qué pasa con lo normal ? ¿ Acaso el mundo real, las personas reales, no son también en parte, mágicas ?

Lo miré muy confundida.
No entendía nada. ¿ Qué estaba diciendo ?

- Eres demasiado pequeña - sonrió - Por suerte para ti, aún hay tiempo.

- ¿ Tiempo ?

- Para uno de los programas de ZERO. Vamos a ayudarte, y a la vez, nos ayudaremos a nosotros.

- ¿ ZERO ?

Me sentí tonta, pero no podía hacer nada más que repetir sus palabras.

Habíamos empezado bien, pero ya no comprendía a este hombre.

Quería ir a casa.

- Sí, ZERO. Es un campamento para gente como tú. Gente que hace magia. Os enseñaremos grandes trucos, ya lo verás.

Mis ojos brillaron.

- ¿ Hay más magos como yo ?

- Sí, Enero. Y cada vez llegan más, muchos más.

Asentí emocionada.

Siempre creí que yo era la única del mundo actual. Conocía a los x-men de otros tiempos, pero creí que eso ya se había acabado.
Quizás mamá me lo había ocultado... A ella no le gustaba que hiciera magia.

La idea de volver pronto a casa dejó de ser tan importante.

Devolví la atención a El Doctor cuando escuché el sonido de un metal chocar contra otro.

El hombre de la bata extendió en la mesa frente a mi silla un cartucho con muchos instrumentos. Había pequeños cuchillos, jerenguillas y otras cosas que no sabía ni lo que eran.

Me removí en la silla, curiosa.

- ¿ Qué es eso ?

La última vez que fui al dentista no me gustó lo que hicieron conmigo. Eso dolió, mucho.

El Doctor alzó la mirada y la enganchó en la mía unos segundos antes de apretar con fuerza mi brazo. Tomó el cuchillo más pequeño y lo movió distraídamente entre sus manos.

Lo seguí con los ojos, perdida.

- Esto, Enero, es nuestro primer paso. Vamos a jugar, y veremos quien pierde primero. Sinceramente, espero que sea una partida larga.

Después de eso, el hombre de las gafas cuadradas apretó el cuchillo contra mi antebrazo y lo clavó en mi piel, para después retorcerlo en el interior.

La sangre salió a borbotones.

Grité, lloré, supliqué, recé.
Nada de eso sirvió.

Entonces, comprendí que él era el rey del tablero. Y yo, un simple peón.

THE CHOICE 》 CLINT BARTONWhere stories live. Discover now