EP 29: SINSENTIDOS.

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La luz de la mañana me encontró durmiendo a pierna suelta sobre un colchón en el cual, tenía la extraña sensación, de haber dormido ya antes en él. Aunque no tenía más sueño, permanecí casi media hora más bajo las sábanas con los ojos cerrados, de repente creí oler un aroma distinto, dulce y con toques cítricos. Era ese tipo de olor que se te queda en el pelo cuando sales de la ducha, a champú, y a limpio. Me levanté de forma autómata de la cama, parecía que mi cuerpo cobraba vida propia y yo no podía hacer nada para controlarlo. Descorrí las cortinas y disfruté de las vistas. De repente, escuché una voz.

- Esta vez es diferente – miró por la ventana, suspirando, intentando recordar aquellas vistas para siempre, deseando congelar el tiempo y que aquello no tuviese que suceder – no podemos seguir así – repitió.

Me quedé paralizada. Era mi propia voz la que había escuchado, pero yo no recordaba haber movido los labios para emitir ningún sonido. Una sensación de profunda tristeza empezó a apoderarse de mi ánimo, empecé a llorar sin saber por qué, pero todo aquello que sentía parecía no tener consuelo. Mi cuerpo empezó a moverse por la habitación, nervioso. Me costaba respirar, y me estaba empezando a agobiar por no saber qué era lo que me estaba pasando. De repente el sonido de un portazo me sacó del trance en el que había entrado.

- Disculpe, pensé que estaba la habitación vacía – comentó una señora de la limpieza, para después volver a cerrar la puerta.

Caí de rodillas al suelo, agotada, y con una sensación profunda de abandono de la cual, no conseguía identificar el origen.

Después de aquello, decidí salir de la habitación y recorrer París, no me apetecía en absoluto quedarme dentro de esas cuatro paredes.

Encontré una calle estrecha y recubierta de adoquines en la que sólo había unos niños que corrían tras un balón que rebotaba contra el suelo. Me maldije por no haberme llevado la cámara de fotos a aquel viaje. Seguí recorriendo calles y conociendo lugares, hasta que ya se hizo tarde y volví a mi hotel.

Las diez y media de la noche era una hora algo extraña para un concierto, dado lo pronto que cenan los franceses, me dije tumbada en la amplia cama del hotel. Para evitar perderme por los callejones empinados de Montmartre, había solicitado que un Uber me recogiera a las nueve y media. No había logrado fijar la entrevista con Eilan Bay, pero al menos quería tener una localidad cercana al escenario. Me preguntaba cómo sonaría en directo "Quédate". La sola idea de ver a la chica de la carátula con mis propios ojos y sentir la vibración de su voz me sobrecogía.

El sonido sutil del teléfono me indicó que había llegado la hora. Me subí al Uber y,  en menos de quince minutos ya estaba delante de la puerta de aquel local.

Lo primero que me sorprendió de La Divette de Montmartre fue que se trataba de un bar en el que cabrían como mucho cincuenta personas. Ni siquiera me cobraron entrada.

Mientras dudaba de que aquél fuera el lugar del concierto, me senté en la barra a estudiar el local. Tendría cien metros cuadrados como mucho. Las paredes y el techo estaban recubiertos de discos de vinilo estampados. Sólo había un par de mesas, el resto del público, unas quince personas, estaba de pie.

Le pregunté al camarero si allí tendría lugar el concierto de Eilan Bay y se limitó a responder con un murmullo afirmativo. Luego levantó la mirada hacia un televisor donde en aquel momento se emitía un partido de fútbol.

Pedí una cerveza de medio litro y me senté en la mesa más próxima al escenario. Me encontraba a escasos dos metros, me parecía impensable que el concierto fuera a tener lugar delante de mis narices. Había tenido suerte.

Al primer vuelo - ALBALIAWhere stories live. Discover now