EP 32: DÍAS CONTADOS.

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Después de la visita a WNP me detuve en una sucursal de SNCF para cerrar el billete de vuelta. Salida el miércoles 23 a las 11:53 de Lyon Part-Dieu. Llegada a Barcelona Sants a las 14:24. Después, en Barcelona, tendría que hacer un trasbordo hasta Madrid. Finalmente llegaría a las 0:02. Todo el día viajando, por no poder coger un avión directo.

Saber que me quedaban dos días para irme me dio tranquilidad, como si al ver el fin hiciera más llevadero el sinsentido en el que se había convertido aquel viaje.

Quedaba un día y medio para deambular por París antes del concierto. Como la temperatura había caído en picado, me refugié en un café. Ya era la hora francesa de comer, así que pedí una ensalada y una copa de vino blanco mientras observaba a la clientela.

Mientras comía, sentí una pequeña euforia. Después de mucho tiempo, tenía la sensación de haber retomado el control sobre mi vida. Podía ir adonde quisiera, correr o sentarme, entrar o salir. En definitiva: era libre. No obstante, toda esa euforia se empañó cuando recordé que había un periodo de mi vida en el que todo eran lagunas. Recordé la sensación que tuve en el hotel y me estremecí.

Terminado el almuerzo, el vino me sumió en un leve sueño, que combatí con un café bien cargado mientras sacaba de mi mochila el misterioso libro. Le había cogido cariño, tal vez porque era lo único valioso que había conseguido desde mi llegada a París. Retomé la lectura desde el punto en el que la había dejado.

Cerré la novela al terminar el quinto capítulo. Fue entonces cuando reparé en un detalle que me había pasado por alto. En el reverso de la portada, en la esquina superior izquierda, había una especie de firma compuesta por una N en mayúsculas y una l en minúsculas, junto con un corazón como punto. Aquello no me resolvía el misterio, pero me agradó mucho aquella firma. Cada vez estaba más segura de que ese libro pertenecía a una mujer.

El anochecer llegó con un manto helado que hundió las temperaturas bajo cero. No se estaba bien en ningún lado, así que decidí irme a mi habitación de hotel y ver un rato la televisión.

Una vez terminada la película, apagué el televisor y me di cuenta de que el silencio ya reinaba en los alrededores del hotel. Era hora de dormir.

***

Al día siguiente, llegué a la entrada roja de Le Limonaire diez minutos antes de medianoche. El local se veía mucho más lleno que el anterior, aunque quizá no fuera por Eilan Bay. Tal vez simplemente era más popular.

Entre el público descubrí a Pablo, que me llamó con un silbido delante de todo el mundo. Me acerqué a su mesa sabiendo que me tocaría pagar las consumiciones de los dos. Me dio dos besos en la mejilla, como si fuera una amiga de toda la vida. Y eso que sólo le había comprado un CD con fotos.

- Bienvenida a Le Limonaire —me dijo mientras levantaba la mano para pedir otra cerveza al camarero—. Por cierto, ¿ya sabes qué significa el nombre del local?

- El limonero, supongo.

- Meeeeeeh. Falso. Se traduce como "el limosnero", por lo de las limosnas. Aquí hay la tradición de pasar el sombrero después de cada actuación para que el público eche lo que le parezca.

- Como en la iglesia. – comenté bromista.

- ¿Nos pedimos una botella de whisky?

Aquella propuesta me dejó perpleja. Aunque nuestras copas de cerveza ya estaban vacías, una botella entera era demasiado. Miré mi reloj: las cero treinta y el escenario aún estaba vacío. Nada parecía indicar que el concierto fuese a empezar aún. Acepté lo del whisky porque tenía muchas preguntas antes de irme de París, y pensé que el alcohol sería un buen aliado para hacer hablar a Pablo.

Al primer vuelo - ALBALIAWhere stories live. Discover now