EP 38: SINMIGO.

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Siempre pensó que una persona, al final, era todo aquello que había vivido, pero mucho más era aquello que no se atrevía a vivir.

Dio un largo paseo aquella noche, sin un rumbo fijo y con el único pretexto de pensar. Le gustaba cuando las ciudades dormían y el ruido se reducía a cero. Había dejado a Natalia en la cama, necesitaba airearse.

Sin darse cuenta, sus pies la condujeron hasta aquella torre enorme, donde hacía cinco meses, Natalia le había desvelado la verdad. Se adentró en aquel ascensor que le llevaba a las alturas, mientras pensaba que sus horas en París estaban llegando a su fin. Posiblemente sería la última vez que subiría ahí.

Salió a la azotea, sintiendo el golpe de aire frío en su cara mientras el fuerte viento despeinaba su melena. Se acercó a la barandilla y disfrutó de las vistas.

Llevaba dos meses y medio trabajando con la terapeuta, y no se lo había dicho a Natalia, pero ya recordaba casi todo, o por lo menos, las cosas más importantes y aunque se alegraba, había muchas de las que preferiría no haberse acordado nunca.

Estaba ansiosa por volver a empezar, esta vez de verdad. Por primera vez en su vida, iba a empezar de nuevo sin la necesidad a sus espaldas de tener que hacerlo huyendo. Atrás se quedaron los años en los que corría por los aeropuertos, intentando alejarse de todo. Esta vez lo iba a hacer bien.

Durante esos meses se había encargado de dejarlo todo atado. Al mes de estar allí, supo que París no era para ella, que no era allí donde quería pasar el resto de su vida, asentarse y echar raíces. Desde ese momento comenzó a buscar dentro de ella su futuro ideal, su hogar. Lo encontró a muchos kilómetros de allí, exactamente a 12h y 50 minutos en avión. Nassau, Bahamas. Un lugar paradisíaco, apartado del mundo, sin excentricidades y con el único propósito de vivir y disfrutar de la vida.

Había encontrado un pequeño apartamento en un edificio amarillo, con el tejado azul. Su barrio estaba compuesto por muchos edificios pequeños de diferentes colores y tonalidades. Desde los ventanales de la casa podía ver el océano interrumpido únicamente por otras islas pequeñas como aquella. Recuperó algún contacto de National Geographic y le informaron de que aquella pequeña isla necesitaba una agencia de viajes, y no se lo pensó. ¿Había algo mejor que invertir todo el dinero de una indemnización por un accidente aéreo, en abrir una agencia de viajes en un lugar remoto del mundo? Le encantaba lo irónica que resultaba la vida a veces.

Miró su reloj. Las cinco de la mañana. En tres horas cogería aquel vuelo sin retorno, pero antes le quedaba algo por hacer. Sacó su móvil del abrigo y marcó aquel número que ya se sabía de memoria. Esperó varios tonos hasta que contestaron al otro lado.

- Hola – susurró tímida.

- Hola – sonreía también - ¿dónde estás?

- A 209 metros de altura – contestó – he estado pensando.

- ¿Qué has estado pensando? – se interesó.

- Pues dos cosas – decía calmada – la primera que las vistas más bonitas no se encuentran por más alto que subas – hizo una pausa – yo las he encontrado a dos milímetros de mí, en una cama de 40 cm de alto.

- ¿Y la segunda? – preguntó totalmente hipnotizada por aquella voz.

- La segunda es que me moriría ahora mismo porque estuvieses aquí viendo este increíble amanecer a mi lado.

Media hora después, en absoluto silencio, alguien colocaba en el suelo una bolsa con dos vasos de cartón, y una guitarra en su funda. Después, unos brazos rodearon su cintura desde atrás.

Al primer vuelo - ALBALIAWhere stories live. Discover now