Capítulo 35.

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— ¿Cómo se supone vamos a entrar? — pregunta Dagan tocando el alambrado.

— Tenemos que entrar, no será en vano todo lo que recorrimos. — digo.

— Podemos treparla, alguien de nosotros se quedara aquí a fuera para asegurarse de que todo esté bien.

Doy un suspiro y veo lo que tenemos justo enfrente.

— Yo me quedaré, subiré a aquel árbol — señala, Dagan —. Podré verlos desde ahí, cualquier cosa que ocurra usaremos la radio.

River asiente.

— Entonces hay que darnos prisa.

Dagan nos da un abrazo y deposita un pequeño beso en mi frente, River al ver esto se voltea y comienza a trepar la valla.

Me giro para seguirlo.

— Ten cuidado con las púas de arriba — grita Dagan.

— Estaré bien, ahora ve y escóndete.

Cuando llego a la cima, me es más fácil saltar, ya que abajo está River esperándome con los  brazos estirados. Al voltear hacia Dagan este ya se hecho a correr, nosotros no tardamos en hacer lo mismo.

❃❁❃❁❃❁❃

El laboratorio es más grande de lo que parece, sus paredes grises se extienden y por todo este campo hay camionetas de militares estacionadas.

En la entrada hay guardias, por lo que retrocedemos escondiéndonos detrás de unos pilares de concreto. Regresamos por donde vinimos buscando otra forma de entrar, deteniéndonos en los ventanales del edificio sin protección alguna.

— ¿Crees poder abrirla? — murmuro.

— Pan comido.

River saca de su mochila un desatornillador forzando el seguro de la ventana.

¡Clic!

La ventana se abre.

River me deja pasar primero y él salta después de mí. La habitación es blanca, los ventanales hacen que sea la única fuente de luz, no hay un rastro de suciedad ni mucho menos de que alguien se encuentre.

Damos unos cuantos pasos pero enseguida escuchamos voces acercarse. River me jala y nos escondemos tras un muro lo que nos hace quedar pegados. Nos miramos por un instante pero River aparta la mirada cuando la voz se aproxima.

Asomo mi cabeza y un anciano con cabello lleno de canas y su reluciente bata blanca comienza a acercarse. Pero no está solo, a su lado se encuentran dos militares, ambos de alto rango. Con el pelo perfectamente peinado hacia atrás, uno más maduro que otro.

Los tres se detienen frente una gran puerta de metal, ente ellos siguen murmurando hasta que entran por la puerta.

Miro a River y sé que piensa lo mismo que yo, los seguimos y entramos por la misma puerta.

El ser silenciosa me resulta difícil, pero hago todo mi esfuerzo para que mis pies hagan el mínimo ruido en las losetas.

— ¿Dónde estamos? — musito.

— No lo sé, está muy obscuro.

Nos quedamos en cuclillas, cuando los hombres empiezan hablar.

— ¿Cuántos de ellos hay? — pregunta un militar, con voz grave.

— Por ahora son setenta y seis, hemos perdido el doble de ellos.

— ¿Alguno de ellos son lo que buscamos?

— Ninguno de ellos mi general, nos arrojan los resultados contrarios a los que queremos. Sus signos vitales disminuyen cada día, solo estarán vivos de momento.

Nos estiramos para tener una mayor visión de lo que ocurre del otro lado. El militar estira su mano acomodándose el pelo, un anillo color esmeralda reluce en su mano, y con un movimiento veloz toma al anciano por el cuello.

— Estás agotando mi paciencia, quiero a esos marginados, ¡los quiero ahora! — grita.

— Se- señor — se escucha asustado —. Hacemos todo lo que podemos.

— De qué sirve todo lo que les brindo, si no puedan atrapar uno solo de ellos. Uno solo. — pone el dedo índice frente a su cara.

— Deberíamos irnos, ya me dio asco de tan solo estar aquí — dice el militar que es unos años más joven.

El anciano murmura una última cosa, los militares salen primero de la habitación.

Ambos gateamos para ponernos del lado contrario al momento que pasen a nuestro lado. La puerta se cierra tras un golpe abrumador.

Nos levantamos sigilosamente.

Echo un vistazo para asegurarme de que se han ido, recargando mis manos sobre la pared de enfrente, sin embargo, este es traslúcido. Es un cristal.

— ¿Puedes ver algo? — pregunta River agitado —. Espera, buscaré el apagador.

River se va de mi lado y lo escucho recorrer la habitación.

Rápidamente busco en la mochila y sacó una linterna apuntándola hacia el cristal.

No es un cristal, no del todo.

Mi corazón se agita y las lágrimas empiezan a caer por mi rostro. Hay agua en su interior, pero no es lo único.

Hay un chico dentro con los ojos muy abiertos, con un tubo conectado desde su nariz hasta su boca, y hay mucho cables conectados a su cuerpo desnudo.

La lampara cae de mi mano y segundos después también mi cuerpo.

Mi pelo cubre mi cara, de pronto la habitación se ilumina. Levanto mi rostro aunque mentalmente me diga todo lo contrario.

Cuando mis ojos ven la realidad cubro mi boca para no gritar. La habitación está llena de contenedores.

De cuerpos.

No hay esperanza, no hay vida.

No en Luviana.

RAIN [Libro 1]Where stories live. Discover now