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Narra Ace

Un rechazo, dos o incluso tres se puede sobrellevar pero siendo el número quince, además viniendo de un simple rollo de una noche, el que te dice que no porque no eres su tipo, duele, pesa, incluso creando cierta ansiedad que aumenta a pasos agigantados.

— Estás bebiendo mucho —repite el camarero, amigo mio, sirviéndome el cuarto whisky que le he pedido —deberías irte a casa. Ningún ser despreciable como esos merecen que te emborraches y arruines tu salud por eso.

— C.. como s.. si impora.. ta.. importara —trago todo el líquido, sintiéndome más pesado, levantándome torpemente de la banqueta —me voy a casa a acabar mi miserable noche solo.

— Wooyoung —me giro, balanceándome de un lado a otro, mirando a Ry, el camarero y el único que debe soportarme aunque sea un mínimo —las llaves de tu coche.

Niego, sintiendo su insistencia cuando alarga el brazo, entregándoselas a regañadientes, marchándome finalmente del bar.

— Te las devolveré mañana —grita antes de salir a la calle.

El frio de la noche me golpea, con brusquedad, haciéndome temblar a pesar de tener calor. Miro toda la calle, sintiendo mis ojos pesados, el sueño invadiéndome.

— ¿Hacia donde vivía yo? —miro en ambas direcciones —ah.. si a la derecha.

Giro hacia la derecha, sintiendo mis piernas tan pesadas que podría dormir en una esquina de la calle y no me importaría. No comprendo como mis pies responden, avanzando por la solitaria calle, intentando ir recto, abriendo los ojos cuando se me cierran a punto de caerme.

El sabor del whisky en mi boca todavía me da esa sensación de quemazón, de pesadez en la garganta y las ganas de vomitar. No hago lo último porque estoy en la calle y es asqueroso.

Además que alguien tan miserable como yo se merece sufrir de esta forma.

— Quince —grito —¡soy tan horriblemente feo que quince rechazos son pocos!

Tropiezo, cayendo al suelo. Me arden las rodillas sobre la piedra bajo las mismas por el impacto causado por la caída. Mis pantalones ya de por si rasgados no cubren mis rodillas llenas ahora de rasguños que sangran por el roce de la caída. Me siento sobre mi trasero, rozando las heridas con mis dedos, frunciendo el ceño cuando noto el escozor. Intento levantarme, perdiendo el equilibrio.

Tan torpe soy que mi risa escapando sola me hace gracia. Rio sin parar, sintiendo las miradas de las pocas personas que se cruzan en mi camino, pasando de largo, pensando seguramente que estoy loco. Vuelvo a mirar mis rodillas heridas, sangrando, volviendo a intentar levantarme, sintiendo de pronto un tirón hacia arriba.

Me agarro a ese brazo, cuando casi pierdo el equilibrio, observando la palidez en la piel al descubierto de quien me sostiene.

— Que blanco eres —rozo su antebrazo, aún riendo —¿sabes donde vivo?

— Detrás tuyo supongo —me giro, sintiéndome mareado por la brusquedad del giro —¿quieres que te ayude?

Me giro hacia esa voz, viendo todo borroso a mi alrededor, incapaz de ver la cara, los labios que se mueven sin parar con claridad, buscando mis llaves cuando dejo de atender esas palabras, abriendo con dificultad la puerta de mi casa, que evidentemente me he caído delante de mi casa riendo como un estúpido.

— Gracias por la.. —me giro, encontrándome solo —gracias por indicarme mi casa y desaparecer.

Me encojo de hombros, entrando en zigzag en mi casa, chocando con todo por el camino, cayendo sobre mi blandito y calentito colchón, vestido con la ropa con la que venia, las heridas presionando, latiendo como si estuviesen vivas, durmiéndome cuando creo que me tapo con las mantas, ocultándome de la pesadilla de vida que tengo, de la mierda de vida más bien que tengo, siendo rechazado por todo el mundo.

You are my Nº 1Where stories live. Discover now