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Narra Baron

Veintidós horas, cuarenta y un minutos y trece segundos son los que han pasado desde que me fui de casa de Wooyoung, prometiéndole un espacio que realmente no quiero que exista entre los dos, volviendo a mi casa, llegando con los ojos tan hinchados que me costaba mantenerlos abiertos, un grueso nudo en mi corazón, otro asfixiándome, incapaz de conciliar el sueño en estas veintidós horas y cuarenta y un minutos, ignorando a mi hermana y sobrina encerrado en mi habitación, vestido aún con la ropa que llevaba ayer, mirando en todo momento mi móvil su conversación, su estado en el que ahora pone Ausente mi corazón, mi oxigeno, el sentido de mi vida rindiendome una vez más a esa presión en mi interior porque se sienta así.

— Hyeoppie —miro hacia la puerta cerrada —sal a comer con tu sobrina y conmigo por favor.

— No tengo hambre —me aferro mejor a las mantas de mi cama —comer vosotras y dejarme en paz.

— Abre al menos la puerta —niego con la cabeza aunque no pueda verme —está bien que quieras darle el espacio que necesita para que piense antes de que os veáis de nuevo pero no te vale la pena encerrarte. Tienes tu propia vida. Incluso antes de confesarle tus sentimientos, cuando vivías enamorado en secreto y volvías cabizbajo a casa no te encerrabas así.

— Ahora es diferente —abro la puerta —antes no estaba con Wooyoung y ahora le he perdido porque no sabes callarte. La culpa no es mia y estoy pagando caro tu ida de lengua. No te echo de mi casa porque la enana no tiene la culpa. Pero no vuelvas a hablarme.

— Hyeoppie —frunzo el ceño.

— Tampoco me llames así. Has perdido todo derecho a llamarme así porque he perdido a la única persona que amo de verdad por tu culpa.

— Acabarás recuperándole —salgo de casa, dando un portazo sonoro.

Conecto mis auriculares, poniendo la música de mi móvil de forma aleatoria, colocándome la capucha de mi sudadera, ocultándome, caminando absorto en la melodía lenta que resuena, limpiando las escurridizas lágrimas con las mangas de la prenda oscura, imponiéndome un rumbo, deteniéndome cuando mis pies tocan arena, siendo ya veinticuatro horas las pasadas desde que le vi la última vez, descalzándome, humedeciéndose mis pies como mis mejillas, adentrándome sin importar que mi ropa se moje en el mar, chocando las pequeñas olas contra mi cuerpo, mirando hacia la nada, a ese final que realmente no lo es, deteniendo la música, ocultando mis manos en el interior del bolsillo de mi sudadera, saliendo unicamente para dejar mi móvil en un lugar seguro con mis zapatillas, sumergiéndome por completo en el agua después de dejar también mi ropa excepto la interior, buceando no muy lejos de la parte superior del agua, relajando en cierta manera la tensión en mi cuerpo, tumbándome en la arena que se adhiere a mi piel húmeda, mirando hacia el clareado cielo, cerrando los ojos por un instante, abriéndolos de golpe cuando los recuerdos de su rostro, su hermosa sonrisa, vienen como si tuviese un pequeño proyector dedicado en exclusividad a Wooyoung en mi interior, volviendo a sumergirme en el mar, inclusive en mi propio mar de lágrimas, vistiéndome la ropa sobre mi cuerpo mojado, saliendo de la playa en la hora veintisiete con doce minutos, caminando, avanzando, sin detenerme, absorto de nuevo en esas melodías lentas, evitando a todo aquel que pasa a mi alrededor, sintiendo la pesadez de las horas pasando lentas.

— Tío Bari —miro a mi pequeña sobrina, quien se acerca corriendo cuando ya estoy de regreso en casa —¿no vamos a ver nunca al tío Woo?

— Algún día le volveremos a ver —la cojo entre mis brazos, abrazándola con cuidado de no dañarla.

Más lágrimas vagan libres, temblando mi cuerpo aferrado al de mi sobrina, sintiendo su pequeño beso en mi mejilla, sus manitas limpiando mis ojos, sonriéndole a pesar del dolor que siento.

— Te pones feo si lloras tito Bari —una carcajada cansada escapa por entre mis labios —¿comemos chuches y helado? Mami siempre lo come cuando está malita y tu estás malito del corazón.

— Me parece una buena idea —entro en casa sin soltar a la pequeña —¿quieres ver esa película de dibujos que tanto te gusta?

Su emoción calienta un poco mi corazón, aliviando solo un dos por ciento mi pesadez, sentándonos en el sofá cuando pongo la película de la sirenita, su favorita desde que era mucho más pequeña, comiendo de mi tazón de helado, compartiéndolo con ella, dejándolo vacio sobre la mesita.

— Tito Bari —miro a la pequeña —tu eres ahora como el príncipe Eric y el tito Woo es Ariel ¿a que si? Estás buscando a tu amor como el príncipe Eric.

— Yo ya he encontrado el amor —miro de nuevo la pantalla —y el príncipe no soy yo. Es Wooyoung. Yo soy Ariel, con voz por supuesto pero con ese sentimiento de sentirme perdido. La sirenita busca ser humana como yo amo a Woo. Y Woo busca amor como el príncipe Eric. Eres muy pequeña para entenderlo.

— Tengo seis años tito Bari —sonrío ante su confianza —vale tu eres Ariel porque ella quiere tener piernas y a su príncipe y tu quieres tener a tu príncipe el tito Woo. ¿Puedo ir a ver al tito Woo? Yo no estoy enfadada con él.

— Hoy no —niego con la cabeza, mordiéndome el labio inferior cuando se me humedecen los ojos —dejale unos días ¿vale?

— Vale tito Bari pero no llores más —asiento, cansado —¿quieres más chuches?

Niego con la cabeza, dejando que se las coma ella, cerrando involuntariamente mis ojos, durmiéndome sin acabar de ver la película, ese final en el que acaban con Ursula, se casa con el príncipe Eric, pudiendo cumplir su meta y encontrar el amor de paso siendo humana, bajo la aprobación del rey Tritón.

No pierdo la esperanza de ser como ella, de encontrar la aprobación del tiempo, quien seria mi rey Tritón, pudiendo vivir con mi príncipe, ese hombre tan inseguro de veintisiete años que ha puesto mi vida del revés.


Maratón 1/3

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