2

56 8 23
                                    

Narra Baron

La primera vez que lo vi fue sábado.

No hacia calor porque era invierno y aún así él vestía una camiseta corta, ciñéndose a su precioso cuerpo, y unos pantalones ajustados que marcaban sus muslos. Le vi corriendo por el parque durante hora y media mientras cuidaba de mi sobrina de tres años. Cuando se marchó en ese momento sentí un vacio enorme que fue llenado de nuevo cuando horas después le volví a ver, sintiendo mi corazón quebrarse al verle en compañía de otro, el cual le besa con posesividad, apretando las manos en esas nalgas que me encantaría poder sentir al menos una vez.

Hoy es el día que hace un mes lo vi por primera vez. Hace una semana realmente que no me lo encontraba porque atrapé una gripe que me mantuvo en la cama por ocho días, siendo cuidado por mi hermana mayor y mi pequeña sobrina cuando no había peligro de contagio.

Hoy le he vuelto a ver, en compañía de ese camarero que siempre busca la forma de cuidarle como he podido ver en mas de una ocasión. En realidad me lo encontré anoche, dando tumbos, tirado en el suelo riendo solo, como si alguien invisible le hubiese contado algo que le dejase así. Tenia las rodillas sangrando y le hubiese llevado a casa para curarle pero me puse tan nervioso que cuando fue a abrir su puerta salí corriendo. Justo igual que hace unos minutos, cuando ha vuelto a chocar conmigo por ir distraído.

— Deberías acercarte y decirle lo que sientes —la voz de mi hermana me saca de mis pensamientos —llevas así un mes hermanito. Deja de ser un cobarde y dile que le quieres. Según tú siempre vuelve borracho porque todos le rechazan a los pocos minutos de conocerle. Acercate. Tú no vas a rechazarle evidentemente y quizá seas lo que él busca.

— No puedo ir y decirle que llevo un mes enamorado de él. Va a pensar que soy un psicópata o un acosador.

— Yo creo que más bien todo lo contrario —mi hermana siempre tan optimista —hagamos un trato.

Niego con rotundidad.

— No es un juego —sigo negando —son los sentimientos de alguien que se siente mal consigo mismo y tu pretendes que haga una apuesta sobre él.

— No es una apuesta sino un trato —recalca, cruzándose de brazos —son dos cosas distintas. Y te lo diré. Tu luego lo piensas y me das una respuesta mañana como muy tarde. Si vas, ahora, a ver a tu amor no tan secreto y te confiesas sin dejar escapar la oportunidad tendrás vía libre en la casa de la playa para ti solo y de mi coche cuando a ti te apetezca.

— ¿Y si no? —la miro, retándola con los ojos —puede que me rechace ¿sabes?

— No hay un y si no que valga hermanito —me empuja hacia la puerta que da a la calle —mucha suerte con tu amado.

En un visto y no visto me encuentro en la calle, habiendo sido empujado por mi hermana, con la puerta cerra a mi espalda.

— No me queda de otra que intentarlo —bajo los dos escalones que me separan de mi casa y el resto de la calle.

Camino por las calles, en plural si porque la distancia es algo larga hasta ese restaurante, con calma, tomando alguna salida que me sirve de atajo, pensando sin tener nada claro en las palabras que usaré cuando estemos cara a cara, si no me evita y se marcha sin darme ninguna oportunidad.


Casi anochece y aún estoy aquí, apoyando en la baranda frente al restaurante, con las palabras claras que le diré nada más le vea, frotando mis manos y mi cuerpo, temblando por el frio que empieza a invadir mi cuerpo, arrepintiéndome por no haber tomado ropa más abrigada.

Frente a mi al fin empieza a haber movimiento, apartándome de donde llevo casi dos horas parado. Varios supongo que clientes salen, seguidos de algunos trabajadores. Las luces dentro del restaurante se van apagando por sección, saliendo el último la persona a la que tanto tiempo estuve esperando.

Me acerco a paso tranquilo, cruzando el breve espacio de la carretera que me separa de mi posición hasta el restaurante, deteniéndome frente a la persona que tantas veces he admirado en secreto, llegando hasta el punto de enamorarme.

— Hola —saludo, sintiéndome un poco nervioso —so.. soy Chung Hyeop.

— El restaurante acaba de cerrar —escucho sus llaves cerrando la puerta —si tenias reserva podías haber entrado en lugar de quedarte por dos horas ahí.

Me ha visto.. genial.

— Te ha visto un compañero mio no yo —sus palabras me sorprenden porque solo estaba pensándolo —ahora si me disculpas.

Le veo alejarse, dirigiéndose a la parte trasera a donde le sigo, deteniéndole antes de que cruce la puerta de lo que parece un cobertizo.

— No vengo por una reserva. No soy tan idiota como para reservar y quedarme en plena calle cuando hace poco estuve enfermo —aclaro, intentando calmar mis nervios —vengo por ti.

— ¿Por mi? —hasta su risa es preciosa —nadie viene nunca por mi Chung Hyeop. Ya tengo asumido que soy un indeseado para hombres y mujeres. Tengo que terminar de cerrar el restaurante. Vete y deja de decir tonterías.

— No son tonterías —me cruzo de brazos —te estoy diciendo de verdad que vengo por ti porque me gustas. Desde el primer día que te vi mientras hacías ejercicio y yo jugaba con mi sobrina en el parque. Cada vez que paseabas por el parque con alguna cita o ligue, o te liabas con un capullo que ocupaba un lugar que yo querría ocupar. Esos momentos me dolían y no me quedaba de otra que aceptarlo y callar.

— Todos fracasos —entra en el cobertizo —y tu también serás uno. No estoy dispuesto a tener un hombre que ocupe el puesto numero dieciséis de los que me rechazan por feo, por ser bajo para ser un hombre o por la razón que sea.

— No eres una persona baja y eso me da igual la verdad. Tienes una forma de ser que me gusta. Eres responsable y estoy seguro que detrás de ese fruncimiento de labios y de ceño hay una sonrisa preciosa. Incluso un rubor de mejillas encantador. Quiero invitarte a cenar.

— Por.. favor para —cierra la puerta a su espalda —todos dicen puntos de mi persona de forma agradable y luego me dejan con el corazón roto. No puedo de verdad.

Se aleja, volviendo hacia la parte delantera del restaurante, dejándome solo aquí. Apresuro mi paso para alcanzarle, viendo que ya está bastante lejos, acelerando mis propios pasos, deteniéndome por la falta de costumbre en lo que a ejercicio se refiere.

— Dejame al menos demostrarte que yo no soy un capullo de esos de tu lista —alzo lo suficiente la voz —no voy a convertirme en ese número dieciséis. Dejame demostrártelo por favor.

Se detiene, a una distancia más larga de lo que me gustaría, girándose sobre sus pies hasta quedar de frente a mi. El silencio que nos rodea me pone en cierto modo nervioso, al igual que la espera de que diga algo, de que tome una decisión.

You are my Nº 1Where stories live. Discover now