Capítulo 2.

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Tiffany

Estamos aquí sentados en un banco del hospital a qué nos entreguen el resultado de los análisis. Tengo miedo, mis manos me tiemblan, a pesar del malestar todos mis compañeros y colegas al cruzar frente a mí y verme sentada allí preguntan, mi mente solo piensa en lo que puede estar aquejando mi cuerpo, solo espero en Dios que la enfermedad de papá no me toque, sería un golpe muy fuerte para ellos, sería algo tan difícil que no quiero ni pensar en cómo sería...

Papá es un hombre muy bueno, el mejor padre que hubiera podido pedir, sin embargó nos ha dado varios sustos al pasar de los años. El último casi le provoca la muerte en ese amargo momento detectaron que padece diabetes, le dieron a mamá las indicaciones de cómo debe ser, ya que tiene un grado bastante alto. Debe estar atentamente cuidado.

— Tranquila — dice Kelvin a mi lado, coloca una de sus manos enlazadas con las mías, mientras que la otra me da palmadas en la espalda para calmarme.

Nada que haga me calmará, este miedo a estado en mi desde hace muchos años, soy humana y puedo enfermar lo se... me da grima pensar en esta simple hoja que pondrán en mis manos.

—Doctora Brown — llama la enfermera, mee extiende el sobre blanco, lo tomo con manos temblorosa. Ella me regala una linda sonrisa, trato de hacer lo mismo, pero me es imposible.

— ¿Quieres abrirlo junto a mí? — dice Kelvin colocándome a mi lado.

— Descuida, yo puedo — digo dándole un apretón en el hombro.

Kelvin me da una mirada tranquila, pero sé que ninguno de los dos lo está. Tengo en mis manos lo que depara el futuro de mi vida, con pasos cortos y el dolor de cabeza latente salgo de aquel lugar. Me siento la respiración cortante, sudores recorren mi frente. Solo necesito mi cama.

Al llegar a casa, Kelvin desaparece por la cocina, se ha vuelto su lugar de escape al verme así. No me viene idea de que podría ser. Pero solo tengo la enfermedad de papá en mente es lo único en lo que puedo pensar, tomo camino directo hacia mi habitación, cierro mi puerta marrón detrás de mí con pasos cortos me siento en una esquina de la cama, respiro hondo y dejo la mirada fija varios segundos delante del sobre blanco.

Desdobló la hoja, que contiene todos mis datos, la sangre está normal, todo está normal hasta que... no puede ser... no lo creo... Dobló la hoja, y coloco dentro de el sobre y la coloco en un lugar seguro donde sé que Kelvin no la encontrará.

¿Cómo le explicó? ¿Cómo habrá pasado esto? ¿Qué pasará de ahora en adelante? Cada una de estas ideas rondan mi cabeza.

Sus nudillos tocan la puerta y me sacan de mis pensamientos, los nervios aumentan aún más. Tengo que tomar la calma para no tener consecuencias en esto. Le digo un pase.

Lo miro directo a los ojos, veo en ellos preocupación, miedo a punto de derrumbarse. Kelvin me quiere demasiado, no quiere llegar a perderme. Aunque a veces tenga sus cruces.

— ¿Y está todo bien? — dice estás palabras con un nudo en su rosca de Aarón. Puedo ver sus iris dilatarse, el aire pesa y la situación cada segundo se complica mucho más.

—Solo dame tiempo, para decirte —le digo con todo el peso de mis palabras. Solo necesito respirar un poco, y encontrar el momento adecuado para decirle todo lo que salió en este papel.

— cualquier cosa estaré en la sala — dice.

De tanto pensar las cosas, caigo en un profundo sueño, ya no pienso en comer y mucho menos le doy importancia a las náuseas ni nada. Solo trato de olvidar todo por un momento.

Es lunes y el sol se cuela por las cortinas, los pajaritos cansan y el estrés de todo el fin de semana se hace sentir en el cuerpo. Esta vez Kelvin no está a mi lado, hago caso omiso y le dirijo al baño a hacer mi rutina matutina.

Después de quince minutos tomo mi desayuno, las llaves del auto y mi cartera y salgo directo al hospital. Mis pacientes siempre sin puntuales, amo pasar tiempo con cada uno de ellos, hacerles saber que están en buenas manos.

Desde pequeña siempre dije que sería doctora, lo afirme al papá salir con la diabetes. Quise dedicar mi vida a ayudar a personas, siempre me dan las bendiciones y con mucho amor las recibo.

Aún no sé cómo decirle a Kelvin todo lo que aqueja mi cuerpo, solo cuando me sienta lista, pero su rostro se tiñe de preocupación y miedo. No puedo demorar tanto, luego habrá dos enfermos.

En el transcurso de la mañana alrededor de mis diez pacientes pasan, la secretaria me pasa todas mis llamadas. Es una chica joven de veintitantos años, lleva aquí varios años y no me quejo, de vez en cuando le invito un café.

Bai
Luna.

InesperadoWhere stories live. Discover now