Epígrafe

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Créditos por la portada a CynthiaDannot de la editorial ewonderland







Nada tenía sentido, absolutamente nada.

Era como estar dentro de un sueño de esos en los que no encuentras con qué hilar todo lo que sucede, y tan solo deseas despertar. 

Entonces, sientes miedo, porque el momento de abrir los ojos parece no llegar nunca. Ahí es cuando el sueño, se torna pesadilla.

Pero esto no era una pesadilla, ni un sueño, era peor, la vida misma. 

No sabía como diablos me encontraba en ese instante, sosteniendo un cuchillo en mi mano, con toda mi ropa llena de sangre, y aquel hombre, tirado en el suelo, sin vida.

¿Yo había matado a una persona? ¿De verdad? No podía ser.

Sudaba sin control, a pesar de estar congelada, mi cabello empapado pegado a mi frente, el olor a alcohol que destilaba de las botellas rotas en el suelo me causaba mareo. 

Aun tenía el corazón a mil por hora, aún tenía miedo, aún me sentía en peligro. 

Desesperada, sin ser capaz de encontrar una solución razonable,decidí hacer lo más estúpido que podría haberse pasado por mi cabeza.

Correr hacia la casa de mi vecino.

 Christian Miller Tolimson. 

No tenía una relación cordial con él, a pesar de llevar tres años siendo vecinos.

No éramos amigos, ni siquiera buenos vecinos.

No sé que me hizo pensar en él en aquel instante, tal vez, el sentimiento de sentirme desprotegida, y aquella sensación de protección que él me producía, incluso desde lejos.

Su mirada gélida, su postura siempre relajada, su visible y notable fuerza. 

Todo él.

Y ahí estaba, despeinada, como una loca, tocando la puerta de mi vecino, con el puño manchado en sangre, mi madre enferma en el hospital y un cadáver en mitad del salón.

—¡Margaret! ¿Has vuelto esconder mis calcetines?—Oí al cabeza de la familia Miller preguntar desde el interior, Alan, un apuesto hombre poco hablador, cuya imagen era casi igual a la de su hijo.—¡Me estoy volviendo loco buscándolos por toda la casa!

—Alan, tú siempre has estado loco.

—¡Quiero mis jodidos calcetines! 

—Han sido los duendes.

—Amor, un momento, están tocando la puerta.—Escuché una voz dulce y femenina, debía ser Dakota, su bellísima esposa, una mujer increíblemente elegante, serena y cariñosa.—Oh, ¿hola?—Saludó, mirándome de arriba abajo, sus cejas se fruncieron en el momento que vieron la sangre en mis manos, las oculté rápidamente bajo las mangas de mi sudadera, aun así, estaba toda llena de aquella esencia carmesí.

—Por favor, necesito ayuda. —Supliqué con voz temblorosa, entre espasmos, tenía mucho miedo, estaba aterrada.—Yo... yo... no me deje aquí sola, por favor.

Ella, contrariamente a lo que esperaba, sin decir nada, agarró mi brazo con sus largos dedos, metiéndome en el interior de la casa para dar un portazo y cerrar con llave.

—Cariño.—Murmuró en voz baja, refiriéndose a su marido.—Creo que... esto es para ti. 

Alan Miller, quien de cerca era mucho más guapo, imponente, atractivo e intimidante, me observó como quien observa a la última mierda del mundo.

CRISTIANWhere stories live. Discover now