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Tenía el lápiz metido en la boca, mordisqueándolo levemente mientras observaba los apuntes borrosos en la pizarra, mis gafas habían vuelto a desaparecer.

Esos malditos duendes...

Cuando el profesor terminó de explicar la clase, por fin me sentí en la libertad de agachar la cabeza hacia uno de mis libros y descansar la vista, estos lagrimeaban por el esfuerzo en entender las letras.

Hoy hacían justo trece meses de la muerte de mamá, y antes de ir a casa pasaría por el cementerio, para llevarle flores.

Abrí el archivador viendo la cantidad de corazoncitos con el nombre de Cristian que tenía dibujados por todas partes, yo claramente necesitaba un médico.

Pasé rápidamente esas hojas, llegando a las páginas en blanco, para comenzar con mis apuntes y darme prisa, no me podía permitir llevar cosas pendientes a casa, pues debía trabajar y cuidar a la pequeña Pamela.

—Por cierto, para los que estáis escasos de notas...—Oí decir al profesor, notándome incluida, yo era inteligente para muchas cosas, pero en los estudios, todo me costaba un sobre esfuerzo, mi cerebro no daba más que para pensar en galletas de chocolate y Cristian.

¡Estúpido cerebro!

—Os voy a mandar hacer un trabajo muy sencillo que os ayudará a subir nota.— ¡Bien! Eso me venía de fábula.—Pero... debéis entregarlo mañana.

¡Mieeeeeeerda!

No iba a poder, eso significaría pegarme toda la noche sin dormir y no estaba nada segura de mis capacidades.

''Deja de decir tonterías, Alexandra, ¡claro que puedes! Y necesitas aprobar...''

Tomé las notas de lo que debía hacer para el trabajo, maldiciendo por lo bajo, el profesor Julian, un señor regordete de pronunciada barriga y gran calva, dio por finalizada la clase, a lo que colgué la mochila en mi hombro izquierdo y salí al exterior del campus.

Mi estómago rugía, así que en una de las máquinas expendedoras eché una moneda, sacando un sándwich de pavo de esos que vienen en envases de plástico, y que llevan echos como mil siglos , pero para caducar, aun faltan cien años más.

La maravilla de la ciencia y la comida ultraprocesada. 

Me senté en las gradas, viendo a los chicos jugar al rugby, Cristian no jugaba, sus deportes no eran tan...sociables, ni sanos.

Mi parte razonable no quería, pero involuntariamente mis ojos comenzaron a buscarle, encontrándole al final del campus, entre dos tipos con los que solía tener una relación cordial, hablando de a saber qué.

Vestía un suéter azul marino de cuello alto, y unos vaqueros oscuros, su cabello lucía despeinado, y sus ojos dormilones.

Uhm... el monstruo estuvo portándose mal anoche.

''Con su estúpida novia, seguro''

—Cállate mente idiota.

—¿Otra vez hablando sola? —La voz de mi amiga Ana me hizo salir de mi embobamiento con Cristian, siempre me avergonzaba encontrarme descubierta, aunque mi obsesión con él ya era más que evidente para ella.

—Ay... —Suspiré, haciéndole un hueco a mi lado, a pesar de que la grada estaba vacía.—¿Cómo estás?

Ana era una chica guapa, muy guapa, de cabello rubio lleno de hondas, largo hasta su espalda, su piel blanquecina parecía de porcelana, tenía una altura considerable y una buena figura.

CRISTIANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora