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El sonido de los pajarillos cantando era como una melodía que me intentaba capturar del sueño.

Mis ojos pesaban tanto que parecía imposible volver a abrirlos algún día, suspiré notando una gran plasta de babas pegadas a mi mejilla.

Espera...

Yo había llegado de la universidad, me había cambiado para empezar con mis tareas y...

¿Qué? ¿Dakota?

Me levanté de un golpe como si hubiese sido alcanzada por un rayo, aun estaba a medio vestir, mi uniforme tirado sobre el sillón junto a la mesa y la puerta cerrada, estaba atardeciendo.

¿Cuándo me había quedado dormida?

Grité, caminando a zancadas hasta mi baño, para lavarme la cara con agua congelada y después pegarme una ducha rápida. Vestí mi uniforme saliendo de la habitación con cara de pocos amigos.

Los Miller estaban todos reunidos en la cocina, Alan jugaba al ajedrez con alguien invisible, Dakota contaba un cuento a la pequeña Pamela y Margaret... bueno, Margaret estaba ahí, y ya.

—¡¿Habéis vuelto a drogarme?!— Reclamé, sabiendo que Dakota fue la última en entrar en mi habitación.

Me enrojecí rápidamente recordando el jodido sueño que había tenido con ella. ¡¡Esas ideas tan descabelladas debían ser producidas por alguna sustancia!! ¡¡Yo era un ángel!!

—Si no descansas como es, vas a caer enferma, Alexandra.—Habló la señora Miller, con voz seria y autoritaria.

¿Quién le llevaba la contraria cuando ella hablaba así?

Resoplé.

—No volváis a drogarme, por favor.— Puse mis brazos en jarra, buscando cosas que hacer por la casa.—Voy a preparar la cena.

—Hoy vienen a cenar personas importantes. 

Mierda, lo había olvidado.

—Hoy es cuando.... ¿Cuándo se presenta aquí el señor ese que tiene muy malas pulgas no?

—Presidente de la Inteligencia Criminal.—Comentó Alan.—¡Joder Schizo! ¡Yo así no juego!—Le dio una patada a la mesa tirando todo por el suelo.

—¡Alan por dios!—Instó su esposa.

—¡Es Schizo!

—¡Me da igual quien sea! ¡Portaros bien de una vez! Pamela, eso que ha hecho papá, ha estado muy mal.

—¡Ota ve! ¡Ota ve!—Pedía la pequeña, con los brazos alzados hacia su progenitor, el cual la cogió para darle vueltas por todo el salón como si fuese un avión, ella reía a carcajadas.

Su sonrisa se me contagió mientras sacaba todas las cosas de la nevera y empezaba a cocinar para la cena, debería de hacer algo rico, dudaba mucho que ese hombre se quedase aquí a cenar, pero al menos quería que tuviésemos una buena presencia.

—¡Tiissstian! ¡Tiiistian! ¡Hemanito!

Ay... no...

Miré de reojo, por encima de mi hombro, viendo al amor de mi vida con un pantalón vaquero roto y una camiseta vieja negra, totalmente lleno de sangre, sus puños estaban empapados en esta sustancia roja, y en su bello rostro, habían salpicaduras.

—Ahora no puedo cogerte princesa, me doy una ducha y jugamos.—Frotó la punta de su nariz con la de ella, subiendo escaleras arriba.

Volví a poner mi mirada en las verduras.

CRISTIANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora