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Cristian

Me sentía extraño, no estaba tan desesperado como creía, pero tampoco bien, era como si aun no fuese consciente de lo que había hecho.

Alexandra, aquella chica a la que evité de todas las formas posibles, tratando incluso de impedir cualquier contacto físico, con la intención de no dañarla, con la intención, de no desearla más... estuvo en mi cama, abusé de ella, y le rompí el corazón.

—Se supone que soy inteligente, ¿cómo he podido liarla tanto?

—La inteligencia no tiende a razones cuando se está enamorado.—Dakota escribía en su ordenador, observándome de reojo con cara de enfado.

—Sí, señora Tomlinson.

—Mamá.—Corrigió.

—Cuando te pones así, no eres mi madre.

Ella rodó la mirada, yo bufé, dejando caer el libro abierto sobre mi cara, las letras se volvieron borrosas.

Estaba acostado en el sofá del salón de casa.

—¿Cuántas veces te has leído ya ese libro, Cristian?

—Las suficientes como para saberme de memoria cada coma, punto y aparte, punto y final.

—Las novelas románticas no son tu tipo.

—Es el libro favorito de esa tonta, solo quiero entender qué es lo que ve.

Dakota soltó una risotada.

—Hasta los huesos, estás por ella.

—Deja de decir tonterías.—Lancé el libro lejos de mi.— ¿La has visto hoy?

—No.

¿Dónde coño estaría? Tenía un montón de cosas por hacer y no me había movido del sofá, haciéndome el enfermo, para tratar de coincidir con ella en algún instante.

''No tienes que hacerte el enfermo, ya estás enfermo''

Una figura de mí mismo apareció sentado en el sillón de enfrente.

—¿Y qué sugieres?—Comencé a hablar con él.

—No le escuches, Cristian.—Insistió mamá, a la defensiva.

—Mamá, es mi mente, ¿cómo no escucho a mi mente?

—Sugiero que los mates a todos.— Se cruzó de brazos, con una sonrisa perversa.

Ay no.

Que pesadez.

—Ni ganas de matar tengo.— Suspiré, rendido.

—Ahora sí es verdad que este chico está enfermo.—Añadió Margaret, acercándose para tocarme la frente.—Creo que tiene fiebre.

Mamá dejó de hacer sus cosas, recogiendo el libro para sentarse junto a mi, levanté mi cabeza recostándola sobre sus muslos.

—Tienes los mismos preciosos ojos azules de tu padre.—Sonrió con ternura, metiendo sus largos y finos dedos entre mis cabellos negros.—Es normal que esa chica te ame, eres tan, tan, tan guapo.

—Y tan idiota.—Añadió la vieja.

—Y usted tan fácil de envenenar, descuartizar y meter en la chimenea.

—¡Cristian! ¡No le hables así a tu abuela!— Ordenó mamá.

—A empezado ella.

—Las verdades duelen.— Continuó molestándome, con una risa tan forzada que se le desencajó la dentadura.

CRISTIANWhere stories live. Discover now