Capítulo 14

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Trez había lanzado todo aquel discurso a Sten más seguro de lo que realmente estaba. Creía en lo que decía, y por primera vez, sentía que era él quien ponía las reglas, y no los demás. Pero como había ocurrido desde que comenzara el curso, encontrárselo todas las semanas no ayudaba.

Entendía el punto de no mezclar lo laboral con lo profesional, pues las consecuencias las estaba experimentando en sus propias carnes.

Sten se había convertido en aquello que Trez había pedido, solo su profesor, el director de su tesis, nada más. Era consciente que si le era posible, evitaba su mirada, su contacto y casi hablar directamente con él. No quedaba nada de aquel juego del gato y el ratón.

El ratón se había revelado, y el gato se había buscado otro compañero de juegos.

Y debería estar bien, tenía que estar bien. Pero Trez no estaba bien.

Dolía, demonios, dolía como el infierno verle y ser dos desconocidos cuando hacía nada habían estado compartiendo más que un aula y un proyecto.

Pero siempre había existido aquella posibilidad, y la estaban viviendo.

A pesar del malestar, Trez había ganado en una cosa, y era en seguridad. En saber que lo que había dicho y hecho era lo correcto, porque realmente creía en lo que decía. No quería juegos, no quería medias tintas. No cuando alguien le gustaba de verdad.

Izan le había estado preguntando, y poco convencido dejaba el tema, estaba bien, no iba a acabarse el mundo por una relación fallida. Nunca lo hacía, ¿cierto?

El gigante pelirrojo le miraba como no creyendo que su amigo hubiera sido capaz de aquello sin arrastrar su cuerpo y su alma por cada esquina, pero Sten no era Josué, y él no era el mismo chico del año anterior.

Al menos tenía algo a lo que agarrarse con las dos manos, había estado trabajando en las estelas funerarias, aquellas llenas de runas que contaban historias mitológicas nórdicas. Su especialidad. Mitos y leyendas grabados en piedra; sus dioses, esos que siempre le habían fascinado, y el hallazgo de aquella rara piedra en un lugar donde no había aparecido nunca una igual, hermana de aquellas que habitaban en el continente.

Entre los textos de las eddas, historias que contenían los relatos mitológicos que le habían acompañado a lo largo de sus estudios se sentía como pez en el agua, cobijado, protegido.

Con el dedo marcaba los contornos de las fotografías que habían tomado de la piedra rúnica, aquella estela funeraria que había considerado casi como suya. Dos lobos aparecían devorando dos cuerpos que no conseguía identificar, pero todo le decía que eran Sköll y Hati, destruyendo a la diosa Sól y el dios Máni, la luna. Uno de los momentos iniciales del temido Ragnarok.

El fin del mundo conocido.

Su piedra era trágica, y pensaba con sarcasmo, que ninguna mejor que aquella para expresar cómo se sentía.

Quería volver a verlas, quería tocarla antes de que acabara expuesta en un museo donde no podría volver a hacerlo.

Por eso, tomó la decisión de visitar la excavación, no era lo más ortodoxo, y menos cuando sabía lo que casi había ocurrido entre él y Killian, pero cuando este le vio una agradable sonrisa cruzó sus labios, los de ambos.

El arqueólogo se mostró entusiasmado, aquel era su gran descubrimiento, y ya estaba escribiendo el artículo científico que trataría sobre ella.

Ya había sido bautizada coloquialmente como la piedra de bjórr, que no era más que la palabra en nórdico antiguo para designar a la cerveza, haciendo honor a la mítica taberna en la que había sido descubierta.

La piedra de los borrachos, tenía sentido, aunque en realidad lo que parecía representar era bien distinto.

—Me temo que la piedra no está aquí—le dijo Killian.

No había contado con ello, no sabía realmente como funcionaban esas cosas, pero su cara tuvo que reflejar la misma frustración que estaba sintiendo en esos momentos.

—Si me das un rato vamos al museo, tengo que ir a llevar más restos que han salido.—El rostro del Trez no fue el único en mostrar esperanza, era evidente que Killian deseaba que le acompañara.

Ambos fueron juntos al museo, la última vez que se vieron fue en una situación algo bochornosa. Sten había aparecido arrancándolo del bar, de Killian y se daba cuenta que no le había dado ninguna explicación, aunque en realidad solo habían estado hablando.

Pero algo que ya le había gustado esa noche del arqueólogo era la facilidad para hacerlo sentir cómodo, algo que últimamente no se sentía. Así que tan solo se limitó a sonreír y dejarse llevar al museo.

Nunca había tratado con el conservador, pero parecía alguien con el que uno no querría enfrentarse burocráticamente, los miró casi como si fueran delincuentes.

Finalmente, les dejó acceder a los depósitos del museo, Trez jamás había estado en un lugar así. Cajas, estatuas, hileras de estanterías donde dormía la historia que nadie veía.

Pero él la vio pronto.

Trez se olvidó de todos, de Killian, de Sten, incluso de él mismo, y solo disfrutó de pasar sus dedos a través de esos cuidados surcos, acariciando las líneas que conformaban el pelaje de los lobos.

Pronto traducirían lo que allí estaba escrito, pero mientras tanto sus dedos solo recorrían los surcos imaginando como habían sido tallados, como hacía cientos de años, un hombre había imaginado aquella leyenda, aquel mito de destrucción.

—¿Es maravillosa, verdad?—Saliendo del trance sensorial en el que había nadado, Trez enfocó su vista en el arqueólogo.

—Es espectacular—sonrió.

El otro sonrió a su vez y también la acarició orgulloso. Ambos compartieron un momento muy especial, unidos por una piedra rúnica, por una idea y una pasión. Y Trez sintió como los dedos de Killian acabaron acariciando los suyos.

—Disculpa—se excusó cuando se dio cuenta de lo que había hecho.

Pero Trez solo sonrió, no había nada de malo en aquel gesto, y esta vez fue él quien lo repitió recibiendo una mirada llena de sorpresa.

—Tú y Sten...

—Ya no—le interrumpió, a buen entendedor pocas palabras bastaban, y a Killian le bastó.

Los pocos centímetros que les separaron fueron salvados por el mayor, que besó a Trez; y aún siendo consciente de que aquello no era por lo que había ido, lo tomó y se perdió en el beso.

Se sentía bien, muy bien.

o0o0o0o

Sin duda Trez no es el mismo del año anterior.

Le guardo bastante simpatía a Killian, en mi mente es un tipo afable, divertido y buenorro jajajajajaj, porque puestas a imaginar, mejor así.

Hasta la semana que viene.

TrezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora