Capítulo 7. Sin fondos

707 63 34
                                    

No había conocido a un hombre que amara tanto los zapatos de tacón como el señor Lee

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

No había conocido a un hombre que amara tanto los zapatos de tacón como el señor Lee. Siempre que veía un par así fuera de un alto exagerado al que mamá no estaba acostumbrada de inmediato los adquiría para ella. Era el pretexto perfecto para salir a cenar a cualquier sitio ridículamente lujoso como para presumir su adquisición.




Hablo de los zapatos, por supuesto.




Y pensé alguna vez que se debía a una extraña inclinación que él todavía no deseaba aceptar. Tal vez el señor Lee era un poco diferente a sus amigos. A veces me colaba en la sala para escuchar sus conversaciones y todos parecían ansiosos de contar una anécdota de fin de semana. Que si fue con una, que si fue con dos, que si llegaron a tres. Pero nunca supe exactamente a qué se referían.




Después ellos se iban. Mamá no volvía del club. Y yo descubría al señor Lee hurgando entre las cosas de mi madre. Sacaba los zapatos más nuevos que tuviera. En este punto de la exploración pensaba que los usaría. Tal vez podría lidiar con la imagen de mi "padre" probándose los zapatos de su esposa.




Hasta que entraba al cuarto de intendencia por una larga hora. Y al salir, la chica del aseo era la que regresaba los zapatos a su sitio. Pero eso jamás se lo dije a mi madre. O puede ser que ella tampoco quisiera saberlo. Puede ser.









Me estaba asfixiando. Tenía un mundo de posibilidades en la cabeza que por muy absurdas me resultaban más creyentes. Un rostro, unos ojos, un solo cuerpo que apuntaba con descaro a la situación para gritar por encima de cualquier decibel que él era el culpable. Taladraba mi cabeza al grado de percibir una presión tan envolvente que estaba a nada de provocar golpearme a mí mismo contra la pared en busca de un consuelo.




Mi boca gozaba de cierta resequedad contra la cual no podía luchar. Consideré la pésima idea de sostener a Lee DongHae de las manos, esposarlo a mi cuerpo, acompañarlo a todos lados por muy molesto e incómodo que resultara para ambos. Algo tenía qué hacer por lo menos para darle una mínima tranquilidad a mis manos que no quieren dejar de temblar. Cuando le vi entrar a la cocina y tardarse más de quince minutos juro que el pecho se me comprimió e ignoré la voz al teléfono que, por tercera vez, me redireccionaba la llamada a un nuevo departamento.

Revivamos a Eros [EunHae]Where stories live. Discover now