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Siempre hubo otro plan 

¿Lo aceptarás, Mack?

La mansión Cavalier se veía sombría bajo la noche.

Toda la vida me había parecido una residencia monumental, lujosa, de revista. En ese instante me pareció una casa de terror, lo que quedaba en las películas luego de una tragedia. Las luces encendidas eran lo peor, como si adentro estuviesen los fantasmas de la familia Cavalier esperando por atormentar a cualquiera que se atreviera a entrar.

Tuve que tomar valor para atravesar la verja y llegar a las puertas dobles de la entrada. Puse la mano sobre la manija dorada que Eleanor había escogido años antes de que yo naciera. La miré un instante. Sería la última vez que abriera esta puerta y que pisara la casa. Sería el final de toda la vida de mentiras que mis padres habían armado para mí, sobre el constante sufrimiento de otra persona, sobre las cosas malas que Godric había hecho.

En parte eso era un alivio.

Cerré los ojos y abrí la puerta. Pasé y la cerré detrás de mí. Me quedé apoyada contra ella unos segundos, esperando que me llegara el fétido olor de los cadáveres de los soldados que nadie había recogido y que de seguro solo los de la agencia del padre de Nolan recogerían si aceptaba que inspeccionaran la casa.

Solo que no me llegó esa pestilencia. Lo que inhalé fue un raro e inusual olor a humedad, a rocas, a tierra, a profundidad. Lo que captaron mis oídos también me extrañó. Era nada. Un silencio muy denso que no tenía ni siquiera zumbido. Por último, mi piel percibió frío. Y todo eso, que no reconocí de dónde podía venir, me hizo latir el corazón de miedo.

Aun así, me atreví a abrir los ojos para ver lo que había ante mí.

Y me quedé congelada por dos razones:

La primera porque de repente, de alguna forma inexplicable, tenía una linterna encendida en mi mano.

La segunda, porque lo que me permitió ver la luz de dicha linterna no era mi vestíbulo ni mi sala, ni mi escalera, ni mi casa. Era un lugar totalmente diferente. Era oscuro en donde no alumbraba, húmedo, como una bóveda de rocas que formaban paredes y techos irregulares de los que colgaban estalagmitas.

Era una cueva. Una caverna.

Los latidos de mi corazón golpearon con violencia mi pecho y la confusión amenazó con causarme un ataque de desesperación, pero una fuerza extraña que de repente surgió dentro de mí me impulsó a caminar, a adentrarme, a seguir hacia las profundidades.

Apuntando la luz hacia adelante, avancé con mis pasos causando un sonido seco sobre las rocas y la tierra gris. Una certeza me dijo que aunque este lugar daba un jodido miedo, no debía detenerme. Sin esfuerzo, le obedecí y seguí. El suelo empezó a inclinarse al descender hasta que en cierto momento tuve que sentarme en un borde y saltar hacia abajo.

Aterricé y recorrí el lugar con el campo de luz de la linterna: espacio más cerrado que el resto, tanto que sentí la presión de las paredes; el techo todavía de estalactitas, pero con algunas formas adicionales abultadas que podían ser murciélagos o... ¿algo más?; el suelo con algunos pequeños charcos y el olor a moho y a tierra más concentrado, un poco fastidioso.

Mi atención se detuvo en un punto del fondo. Ahí no había nada y al mismo tiempo había una oscuridad que parecía significar algo. Era muy rara, como un trozo de algo que no estaba, como si hacia allá la cueva estuviese incompleta y la negrura marcara lo faltante.

De ahí salió ella.

Aunque su aspecto era terrible, no me asusté. Dio pasos sombríos y lentos sobre el suelo cavernoso hacia mí. Mientras, el silencio que se extendió entre nosotras fue expectante. Ella me miró al tiempo que me rodeaba, me estudió como saciando una curiosidad de años. Yo hice lo mismo. La vi diferente, como si fuese solo una chica tan solo un año mayor que yo, despeinada, sucia, con una inusual heterocromía, vistiendo una bata de paciente de hospital. Su piel opaca, sus labios agrietados, sus manos con sangre seca indicaban lo mal que la había pasado en la vida, lo terrible que había vivido en su encierro bajo la mansión.

S T R A N G E © [Parte 1 y Parte 2]Where stories live. Discover now