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Olivia había aprendido de una forma muy natural la existencia del amor. Había llegado a comprenderlo cuando a los seis años pudo poner en palabras aquella sensación de familiaridad que le provocaba su papá, cuando por fin pudo decir un simple te quiero mucho papá.
Había aprendido a expresar el amor hacia sus pares, a sus pequeños compañeros de escuela con quiénes compartía los almuerzos, con los agentes que la cuidaban cuando Steve tenía misiones e incluso con Nicholas.
Para los ocho años ya sabía diferenciar entre los tipos de amores, aunque para el anticuado Steve había sido un martirio explicarlo. Olivia comprendió que el amor se manifestaba para la familia, las amigos y las parejas. Parejas heterosexuales.
Por más que el pobre Rogers intentará adaptarse a aquella nueva era en la que había despertado, no creyó necesario explicarle a una niña de octavo grado qué dos mujeres o dos hombres también podían amarse. Incluso él tenía problemas para comprenderlo del todo.
Pero cuando su primera maestra de la home school llegó a su vida, Olivia descubrió un nuevo tipo de amor, bueno, uno diferente. Adriana le había presentado a su pareja, Priscila. Al comienzo fue complicado, pero para la mente de una niña sin prejuicios, fue solo cuestión de segundos para que emitiera un pequeño okey y continuara con sus actividades.
Cuando tenía quince descubrió que ella también tenía amores diferentes, cuando Tatiana llegó a su vida como una simple amiga de su edad con quién se había dado su primer beso. Debían admitir que habían accedido a hacerlo solo por la curiosidad de lo que se sentía, las mariposas en sus estomagos ya solo fueron efectos colaterales.
La expresión asustada en el rostro de Bellamy le demostró que él no sabía si para ella dos parejas del mismo sexo estaban bien. Tenía el rostro pálido y las manos le temblaban levemente. Había confesado su amor y su amorío por primera vez a alguien.
Olivia sintió que se le secaba la garganta. Estaba confundida. Quiso abrir la boca para hablar pero realmente no había palabras que pudiera dejar salir. Bellamy continuaba aún allí, expectante y nervioso.
-Por favor, Ovi, di algo. -murmuró, sin poder evitar que su pierna comenzara a piquetear contra el suelo.
La habitación estaba completamente en silencio luego de la confesión. Solo las respiraciones irregulares de los hermanos se podía oír.
-¿Dejaste que mandaran a tu novio a besarme? -inquirió incrédula, fijando por primera vez la mirada en su hermano.
Bellamy volvió a dejarse caer sobre la silla de su escritorio, dejando que sus manos se pasearan por su cabello desordenadolo. -Mamá me obligó a hacerlo, nos obligó a ambos.
