Capítulo 30

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Mi mudanza hacia el manicomio fue casi inmediata, despedidas quebranta-almas, llantos desgarradores y un futuro completamente distinto a como me lo imaginaba.

-Cumple tu promesa- le dije a Matt mientras me despedía con un fuerte abrazo.

Él simplemente asintió, ninguno de los dos podía asimilar lo que estaba pasando.

En cuanto me subí al auto, Jack me agarró con fuerza la mano.

-Todo va a estar bien...-susurró. Pero ¿lo iba?

El camino hacia mi nuevo hogar fue devastador, los llantos descontrolados de mi madre se hacían más y más intensos cada vez que pasábamos un semáforo. Mi padre intentaba no hacerlo, pero podía notarlo en sus facciones tensas, y en sus arrugas de la papada tiritando.

Jack no me soltó la mano en ningún momento, y cuando por fin llegamos, no pude sentirme más fuera de lugar. La mujer que nos atendió era una monja, de hecho la mayoría de enfermeras (si es que se les puede llamar así) lo eran, y por experiencia, no eran la clase que se encuentran en la iglesia con su "y que Dios le bendiga".

-¿Qué hacemos acá, Jack?-dije apretando con más fuerza su mano.

Me asignaron una habitación con tan solo una ventana, que daba vista hacia el patio del manicomio. Pude ver niños jugando, la mayoría por su propia cuenta. La monja dejó la pequeña maleta, con tan solo lo esencial, sobre la cama, mi madre volvió a llorar, y mi padre a sufrir.

Ambos me abrazaron, y me prometieron innumerables visitas que no cumplieron.

Los divisé desde mi nueva habitación alejarse, pero nunca los vi volver.

-Bienvenida a tu nuevo hogar.- la monja rompió el silencio con esas palabras tan pronto que no pude llorar la despedida, sostuvo una sonrisa grotesca y falsa, saliendo rápidamente de mi nuevo hogar.

Ordené las pocas cosas en el pequeño cajón, dejé la maletita bajo la cama y me lancé a ésta con todas las fuerzas que pude.

Jack se posó sobre mi, me abrazó, nos quedamos dormidos.

A la mañana siguiente me despertó de golpe los azotes de una monja en mi puerta, gritando que ya era hora de desayunar.

Caminé en silencio por el casino de aquel lugar, aún sujetando la mano de Jack, sumida en mis pensamientos, hasta que una chica con la mitad de la cabeza rapada se volteó hacía mí.

-¡Oye imbécil! ¡Solamente porque la mitad de las personas no pueda verte, no significa que las tengas que estar chocando!- pero las palabras no iban para mi, iban para Jack.

No me olvides, por favor (Jack Frost y tu)Where stories live. Discover now