Capítulo 34

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Aún recuerdo el momento en que me dejaron salir al patio de ese lugar que ya no me resultaba tan horrible por primera vez. Como de costumbre, entre doce y una de la tarde sacaban a pasear a los pacientes más tranquilos, y entre ellos, nos encontrábamos la Sra. Olsen y yo, pero Erika y algunas de las personas con los que había intercambiado ciertas palabras no. De hecho, eran muy pocos los que salían.

Tenían que sacar a la mujer en silla de ruedas, puesto a que estaba tan vieja y tan debilitada que no podía caminar por su propia cuenta por más de diez minutos.

Recordé la reacción de Erika el día anterior, intentando imaginarme la catástrofe que debió de apoderarse de su vida, cuando ésta era normal. ¿Que habría sido? ¿Una triste realidad tras un amorío? ¿Algo parecido a lo mío? ¿Muerte?

-Si sigues pensando en esa chica no vas a disfrutar tu primera salida después de tanto tiempo.- dijo Jack agarrándome la mano con fuerza. Le acaricié con el pulgar, disfrutando de el tacto de nuestras pieles que cada vez se hacía más constante. En éste lugar podia abrazar, tocar y querer tanto como quisiese a Jack sin que nadie dijese nada, la mayoría podía verlo, y los otros, las monjas, lo justificaban por mi ezquisofrenia.

-Tienes razón.-respondí formando una pequeña sonrisa en el rostro.

Miré a mi alrededor, era un día triste y frío, la neblina cubría levemente el paisaje con su blancura pura, los árboles tenían sus hojas tiesas por la baja temperatura, pero aún así me resultaba hermoso, una vista hermosa. Inhalé fuertemente el aire, metiendo en mi interior la humedad de éste.

Jack me observaba con una sonrisa dibujada en sus labios, observaba mi felicidad ante aquel lugar, a pesar de siempre haber odiado el frío. ¿Cómo podía no gustarme? Si tenía al invierno en persona junto a mi lado, si me gustaba el invierno en persona que siempre se mantenía y mantendrá a mi lado. El chico me soltó la mano, deslizando su brazo alrededor de mis hombros para después atraerme hacia él con cierto encanto, me abrazó y acarició mi cabeza, no pude evitar sonrojarme.

-Dame la mano.-dijo la Sra. Olsen al vernos tan unidos, sin dirigirme la mirada y ofreciendo la suya- Y prométeme que no dirás nada ni harás nada al respecto de lo que veas.

-No me asuste, por favor.-respondí, separándome de Jack lo suficiente como para acercarme a la anciana.

-No intento asustarte querida, te estoy advirtiendo.

La mujer estaba murmurando, para que la monja que conducía la silla de ruedas no se percatara de algo sospechoso. Suspiré pesadamente antes de tomarle la mano, aunque sin abrir los ojos debido al miedo que sentía.

-¿Podría dejarme sola con esta pequeña?-dijo de la manera más dulce que pudo la anciana a la monja. La mujer asintió con un aire pacífico fingido, esas perras, que es la única manera que se me ocurre para llamarles, eran unos diablos vestidos de santas, y aunque directamente no me hicieron nada tan cruel, ya que intenté portarme bien, ví como golpeaban a los que se negaban a colaborar, con palos de madera como si estuviésemos en el siglo XIX. Algunos eran mas gordos que otros, todo dependía a la clase de incumpliminto de reglas, entre mayor la "rebeldía" mayor el tamaño del palo, y también como encerraban en cuartos oscuros y putrefactos por días, sin comida ni agua alguna, a los "masoquistas" -como les llamaban- que no les importaba ser azotados por esas varas del demonio.

Vi como aquel monstruo se alejó a una distancia de no poder escucharnos, pero sí poder vernos... Aunque eso no era lo importante; detrás de la monja vi a un niño de unos doce años caminando como si nada con los restos de una exploción de bomba en el lado derecho de su cabeza, dejando a la vista sus sesos y la sangre, pegajosa y oscura, gotear por su pequeño y oscuro rostro.

No me olvides, por favor (Jack Frost y tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora