Prólogo

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Sarah clicó al menos diez veces con el ratón, como si eso pudiera acelerar el ritmo del ordenador. Aunque a juzgar por los crujidos y quejidos que emitía la vieja torre blanca, poco más podía hacer.

―Vamos... ―susurró muy bajito, antes de que saltase el aviso de que el archivo estaba protegido por contraseña―. La madre que te parió.

Se aseguró de que no se acercaba nadie y probó suerte. No conocía mucho al dueño del despacho, solo le había visto dos veces, así que quedaban descartadas las fechas relevantes de su vida. Resopló frustrada y abrió un cajón para buscar a la antigua usanza.

Había pilas de papeles desordenados, pero parecían albaranes de entregas y recogidas, más que nada, un par de paquetes de tabaco a medio fumar y una botella de whisky barato. Le parecía que Los Hijos de la Luz, la secta que había contactado con ella un par de días atrás, no pasaba por sus mejores momentos económicos.

Tampoco les iba a ir mejor con su ayuda, porque estaba arruinada, pero ese era otro tema. Unos pasos le hicieron alzar la cabeza y cerrar el cajón sin hacer ningún ruido. Miró alrededor, pero el sitio era pequeño, estrecho y la puerta tenía una enorme cristalera. ¡Ni siquiera había cortinas tras las que esconderse! Y pudo ver una sombra deformada acercarse por el pasillo.

Apagó la pantalla del ordenador para que el reflejo no la delatase y se escondió debajo del escritorio. Un brillo metálico llamó su atención justo cuando la puerta se abría con cierta brusquedad. Había una pistola enganchada con cinta americana bajo el escritorio, justo sobre su cabeza. Abrió mucho los ojos, impresionada y la sujetó con dedos temblorosos. Si él la pillaba, mejor tener el arma en su poder.

―Ah, aquí estás ―murmuró Bruce.

Por un segundo, Sarah temió que la hubiesen pillado, pero los pasos volvieron a alejarse. Bruce debía haber vuelto a por algo que se había dejado sobre el escritorio, ni siquiera había mirado tras este.

Ella se quedó un buen rato allí, escondida, hasta asegurarse de que los pasos desaparecían y volvía a estar sola. Salió entonces, con precaución, revisando la puerta. Volvió a encender la pantalla del ordenador y esperó hasta que apareció el recuadro para la contraseña.

Se sentó en la silla con suavidad para que no chirriase y escribió: «contraseña», sintiéndose la persona más estúpida del mundo.

―La segunda más estúpida ―se dijo, cuando funcionó y se abrió el archivo que buscaba―. Te tengo, hijo de puta.

***

¡Crónicas de Morkvald 3 - Es necesario leer las dos anteriores para entenderla!

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TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS - NO ESTÁ PERMITIDA SU COPIA TOTAL O PARCIAL

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Crónicas de Morkvald: Luna de Hielo #3 - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now