IX

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Me miré al espejo tras acabar de colocarme unos vaqueros cortos y una camiseta de tirantes de Nirvana. Era un buen atuendo para morir o algo. Rematé con las botas, para esconder el cuchillo. Sí, después de acostarme con el vampiro había tenido que pedirle que me llevase de vuelta a mi piso para coger más ropa y productos del baño. Pero lo hizo sin quejarse.

Mordí mi labio inferior, que estaba ligeramente enrojecido por los besos apasionados. Me incliné hacia delante, para vérmelos mejor. ¿Me brillaban los ojos? Parecía una puta adolescente encoñada. De hecho, no me había visto esa sonrisa de idiota desde los dieciocho, tras enrollarme con Jenkins. Y supe que saldría tan mal como aquello.

¡Mierda! El vampiro no era precisamente un compañero de trabajo común. Ni el oficinista de la mesa de al lado, ni el repartidor de pizza, para el caso. Era un peligro. Además, estaba casado o algo así. Y yo solo era humana. ¿Qué esperaba que pasase? Era ridícula.

―Sarah, llegamos tarde ―me informó el vampiro, golpeando la puerta de la habitación.

El baño estaba integrado en la habitación que me había cedido. Dominic me comentó que tenía ocho habitaciones y como diez baños. Me pareció que ni él sabía las estancias que había allí. De hecho, no estaba segura de que la casa fuera suya siquiera.

―Ya estoy ―aseguré, saliendo al pasillo donde me esperaba―. ¿Cuál es el plan?

―Que te quedes aquí ―lo intentó.

―Soy muy mala siguiendo planes ―me disculpé divertida.

―Entonces, si sacan armas, quédate detrás.

―¿Me das una espada?

―No.

Me quejé un poco, pero él se limitó a reírse. Tendió una mano hacia mí y yo la acepté en el acto. Apareció a un par de calles de la oficina de Bruce.

―¿Y si tienen armas que puedan hacerte daño? ―cuestioné.

―No pueden, solo son humanos.

―Jonah dijo que la pistola con la que te disparé podía matar vampiros.

―Puede, pero no a mí. No te preocupes. ―No discutí más, sin embargo, él siguió hablando―. Pero si yo muero, finge estar de su lado ―bromeó.

Agité la cabeza, empezando a andar hacia la oficina de Bruce. Por suerte no tenía ventanas que dieran hacia fuera, aunque Dominic se quedó dos pasos por detrás, como si temiera que hubiera alguien vigilándonos. Vale, eso lo temía yo, él debía estar haciendo cosas de supervampiro.

Cogí aire antes de llamar al interfono. La oficina estaba situada en una primera planta interior de un bloque de pisos muy viejo. Me abrieron tras preguntar y que yo me identificase como Sarah. Entré y Dominic lo hizo cuando la puerta se estaba cerrando casi. Le eché un vistazo en las escaleras y él me guiñó un ojo para darme ánimos.

Apreté el timbre un par de veces, hasta que Bruce en persona me abrió. No es que allí trabajase más gente, por lo que yo sabía. Ya había llegado a la conclusión de que estaba arruinado. Me quedé atrás para fingir que cerraba la puerta.

―¿Tienes lo mío? ―pregunté para distraerle.

―¿Y tú lo mío?

―Sí, claro. ¿Estás solo? No me fio de nadie, estoy un poco paranoica.

―Sí, sí, estoy solo. El resto no vienen por las mañanas.

―Genial. Oye, nunca me has dicho quién es el líder de Los Hijos de la Luz ―lo intenté.

Crónicas de Morkvald: Luna de Hielo #3 - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now