Acto 6: Venganza - XX

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Me desperté con una sensación extraña en el cuerpo. ¿Hacía calor? Estaba sudando. No había tenido tanto calor allí nunca. Siempre hacía una temperatura muy agradable. Me senté en la cama y me rasqué el pelo, tratando de entender por qué sudaba tanto. ¿Se había apagado la ventilación? El suave zumbido de fondo que se oía siempre había desaparecido. Ni siquiera me percaté de él hasta que dejé de oírlo.

Me levanté de la cama y me puse el vestido blanco, porque era lo único que tenía a mano. La puerta de la habitación estaba abierta y las luces encendidas. Probé a tocar la pantalla junto a la puerta, pero solo salió un mensaje de error. ¿Qué pasaba?

El resto de puertas también estaban abiertas, pero no había ni rastro de nadie. Bajé las escaleras, tras echar un vistazo a un lado y a otro, sin sacar nada en claro. Oí voces antes de entrar a la sala del trono, aunque no entendí lo que decían, así que me asomé.

Anuja estaba arrodillada en el suelo, pero no con respeto, porque tenía los puños apretados y temblaba ligeramente. Su trono estaba ocupado por un hombre alto y de pelo blanco que no reconocí. Era atractivo y joven pese a su color de pelo, pero daba un poco de mal rollo de alguna forma. ¿Qué estaba pasando? La puerta que daba al exterior de la pirámide también parecía abierta. ¿Nos atacaban?

Estaba a punto de darme la vuelta, para buscar a alguien más, cuando sentí algo puntiagudo contra las costillas.

―¿Tienes prisa, humana? ―me preguntó una voz masculina al oído.

―¡No! ―Anuja se levantó y trató de correr hacia mí, pero se chocó contra un muro invisible que la tiró de culo, con un quejido.

―¡Anuja! ―la llamé preocupada, pero el tipo detrás de mí me sujetaba el brazo con tanta fuerza que no pude soltarme. Además, me clavaba su arma ligeramente en las costillas y dolía.

―No pierdas las formas, hija ―le dijo el del trono. Se acercó a ella y le sujetó la mandíbula―. No merece la pena.

―Dile que la suelte, padre ―suplicó ella.

¿Hija? ¿Padre? Miré el pelo blanco y los rasgos juveniles. No se parecía al Satanás de los recuerdos de Anuja, salvo en el tono de pelo. ¿Era posible que fuese él? Tragué saliva, sinceramente aterrorizada.

―¿Los años te han ablandado? ¿Te importa una simple humana? ―preguntó el que deduje que era Satanás, con tono malicioso.

―Por favor ―insistió ella, lanzándome una mirada desesperada.

Supe que no podría hacer nada por mí. No era solo que Satanás la aterrorizase visiblemente, es que no tenía poder comparado con el de él. Si fuera de otra forma, le hubieran matado milenios atrás.

―No importa, Anuja ―traté de tranquilizarla. Aunque yo también temblaba.

―Vaya, que valiente es la humana ―se burló el tipo a mi espalda y clavó un poco más el puñal.

Y una cosa es que yo hubiera aceptado mucho tiempo atrás que tarde o temprano moriría y otra que fuera a dejar que me matasen sin más. Le golpeé con todas mis fuerzas en la cara con la cabeza, como días atrás había hecho con Jenkins. Por suerte, el dolor espantó los fantasmas.

Caí de rodillas, sujetándome la cabeza. Aquel tipo no se anduvo con miramientos. Me pateó las costillas, tirándome hacia un lado. Le vi entonces, tenía un mechón rubio sobre los ojos y una sonrisa macabra. ¿Le había visto antes? Sí, en uno de esos vídeos, robando ropa, se llamaba Da-algo. La ropa que llevaba le quedaba grande haciéndole parecer más delgado y pequeño de lo que debía ser. En cualquier caso, en La Bala de Plata, había aprendido a no juzgar la fuerza por la apariencia.

Crónicas de Morkvald: Luna de Hielo #3 - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now