XIV

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Sídney me abrió la puerta de su casa en cuanto aporreé con el puño. Acababa de bajarme del taxi, porque en eso Dominic no cedió. Lo pidió por mí, esperó a que me montase y me dio un fajo de billetes que me pareció que creaba sobre su mano sin más.

―¡Sarah! ―Mi mejor amiga se lanzó a mis brazos y estuvimos a punto de rodar por los dos escalones que separaban el porche de la calle.

Apenas atiné a ver que ahora llevaba el pelo rosa y un maquillaje casi de fantasía, de tonos dorados, para enmarcar sus preciosos ojos verdes, antes de esconder la cabeza en su cuello. Rompí a llorar sin darme cuenta apenas. Juro que yo no era una llorona, pero no pude más. Sentía que acababa de pasar por una horrible ruptura, pese a que Dominic ni sabía que yo no pensaba volver a verle.

―Sid ―gemí, contra su cuello.

Pareció darse cuenta de que me pasaba algo entonces. Me apartó de su hombro, me secó las mejillas, casi como una madre preocupada, y tiró de mi mano para llevarme dentro, tras echar un vistazo a la calle. Supuse que esa paranoia se la había contagiado yo, pero me pareció muy sana.

Sus padres no estaban, cada verano se iban todas las vacaciones a su urbanización de lujo, con campos de golf y esas cosas de pijos. Alguna vez, cuando éramos pequeñas, me habían llevado con ellos. Al cumplir los dieciséis, Sídney se plantó. No quiso volver a salir con sus padres de vacaciones y yo me quedé sin esa pequeña delicia familiar para siempre. Lo sustituimos por noches de palomitas, borracheras y películas malas.

Nunca se nos ocurrió hacer una verdadera fiesta de adolescentes, porque ambas sabíamos de sobra que mi padre estaría pendiente, pero a veces invitábamos a algunos compañeros de clase y hacíamos el tonto durante horas. Allí me emborraché por primera vez, vomité por el alcohol y me di mi primer beso jugando a la botella.

Sídney no me soltó la mano mientras me llevaba escaleras arriba y yo me esforcé por dejar de llorar, sin éxito. Me dejé caer en su cama, tamaño matrimonio, porque su habitación era enorme y sus padres sabían que nos gustaba dormir juntas cuando me quedaba allí, de adolescente. En realidad, Sídney y yo no nos habíamos separado desde la guardería hasta la universidad. Mi padre solía decir que nacimos siendo amigas y no paramos de parlotear desde entonces.

Y, en ese momento, lloré también por él. Vengado y entendido el motivo de su muerte, ya no podía resistirlo más. Sídney se tumbó a mi lado y me envolvió entre sus brazos con un cariño que acabó de derribar mis defensas.

―Siento mucho lo de tu padre, Sar ―murmuró.

Al llegar la universidad, Sídney y yo no tuvimos más remedio que separarnos por primera vez. Yo quería estudiar periodismo y ella medicina. Así que tuvimos que ir a universidades diferentes. Lo hicimos con mucha pena, pero ninguna nos planteamos renunciar a nuestros sueños por la amistad. Simplemente nos apoyamos y nos juramos juntarnos cada festivo o vacaciones allí, en casa.

Ella no había podido ir al funeral de mi padre, porque estaba en la universidad y, con todo el tema, ni siquiera me acordé de decírselo. Se enteró tarde, cuando yo estaba preparándome para infiltrarme en La Bala de Plata. Así que le conté brevemente mi plan y prometí verla después.

―Le echo de menos ―reconocí―. Ya solo me quedas tú... Creo que deberías alejarte de mí.

―No digas tonterías, Sarah ―me regañó―. Cuidamos la una de la otra, ¿no?

―He vuelto a hacerlo, Sídney.

Saqué brevemente la cabeza de su hombro, pese a la difícil postura, para poder mirarla a los ojos, aunque vi poco entre tanta lágrima.

―¿Qué has hecho? ―preguntó confusa.

―Colarme de quién no debía... ¿Por qué elijo tan mal?

Crónicas de Morkvald: Luna de Hielo #3 - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now