XXV

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Di un paso atrás, involuntariamente, y me choqué contra el escalón. No era posible que fuera mi madre, ella llevaba muerta catorce años. ¡Lo habíamos investigado! Incluso Dominic había estado tratando de averiguar al respecto. Sin embargo, reconocía perfectamente su rostro. Ella había muerto cuando yo tenía ocho años, pero la conocía muy bien. Además, mi padre siempre había tenido fotos suyas y de mi hermano en casa.

Y ella también me reconoció. Dijo mi nombre, soltó las bolsas de la compra que llevaba en las manos y casi corrió hasta mí. Ezequiel se puso en medio, como un escudo, y lo agradecí, porque no quería que me tocase.

―Estás muerta ―le dije.

A ver, yo no era la más indicada para hablar. También estaba técnicamente muerta. ¿Ella sería una parca? No podía creérmelo. Era imposible. ¡Se había volado la cabeza después de matar a mi hermano! ¡Tras transformarse en un lobo enorme!

―Sarah, por favor... ―susurró ella, aunque se quedó a un par de pasos, cubriéndose un poco la cara manchada de lágrimas―. Mírate, estás... adulta.

―Bueno, ya no tengo ocho años... ¿Cómo es posible? Estás muerta ―insistí, rebasando a Ezequiel para poder gritar acusadora―. ¡Yo te vi pegarte un tiro después de matar a Hunter!

―¡Yo no lo mate! No era yo, Sarah. Perdí el control sobre el lobo. ―Agachó la cabeza avergonzada―. Yo ni siquiera sabía que me pasaría eso. Un hombre me mordió y cuando salió la luna... Estaba durmiendo, Sarah y me empecé a encontrar mal. Un segundo después, estaba dentro de ese ser. Podía verlo todo, pero no controlarlo. Cuando recuperé el control, Hunter estaba muerto. Quise matarme para no haceros daño a ti y a tu padre.

―Los lobos a veces pierden el control ―me explicó Ezequiel, aunque no quitó la vista de mi madre―. Sobre todo, si no saben lo que pasa.

―Te pegaste un tiro, ¿cómo puedes estar viva? ¡Te enterramos!

―Fallé, en lugar de volarme el cerebro me seccioné la garganta. ―Se apartó el pelo para enseñarme la horrible cicatriz que deformaba su cuello, por debajo de la oreja―. Me desperté en la morgue, Sarah. Allí conocí a Arnold. Me habían dado por muerta, pero él me explicó lo que era y... me ofreció irme con él. Tenía miedo de hacerte a ti, o a tu padre, lo mismo que le hice a Hunter. Así que Arnold me llevó con su manada y me enseñó.

―¿Qué manada? ¿De qué hablas?

―Licántropos ―me explicó Ezequiel de nuevo―. ¿En la Tierra? ―preguntó entonces a mi madre.

―Sí. Viví con ellos desde ese momento.

―¿Y por qué has vuelto? ―pregunté, alejándome otro paso de ella.

―Me enteré de la muerte de tu padre. Pensé que me necesitarías y que quizá volvieses aquí. Te he estado buscando, Sarah. Eres mi hija. Temía que te pasase algo también a ti.

Mi parte más analítica y fría quería seguir preguntando, saber, alejarme y tomármelo con calma. Pero era mi madre. Y estaba prácticamente igual que la última vez que la había visto. Salvo por un par de cicatrices nuevas.

No pude resistirme. Desde los ocho años había aprendido que perdería a todo el mundo que quisiera. Toda mi familia parecía empeñada en morirse. Pero mi madre lo había resistido y estaba allí. Me lancé a sus brazos como si volviese a tener ocho años y dejé que me acariciase el pelo con suavidad. Ambas lloramos y no intentamos controlarnos.

―Sarah ―me llamó Ezequiel, con precaución―. Deberíamos volver.

Me separé de mi madre y me sequé las lágrimas. Ezequiel parecía de verdad preocupado por aquel encuentro y Samantha no estaba precisamente relajada. Supuse que Dominic contagiaba la paranoia alrededor.

Crónicas de Morkvald: Luna de Hielo #3 - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now