Capítulo 1: El principio de todo.

7.1K 666 143
                                    



 Gwen Trainor                   


Ya era un poco habitual mi estadía en la sala de la dirección, cualquiera que no me conociera diría que soy una rebelde, una cualquier mala conducta, al contrario. Si no fuera por mi torpeza de hacer que me manden aquí tres veces a la semana, estuviera en el cuadro de honor.

Y de nuevo me encontraba arrastrando mis pies a donde Freeman, el profesor de historia, decía que era mi lugar favorito.

¿Qué tiene de malo dormirse unos cuantos minutos en clases? No me aburría con sus historias, sólo que por alguna razón me sentía cansada, sin darme cuenta podía llegar a ser muy despistada. Siempre llegando dos minutos antes de que cierren las puertas de la secundaria, con la ropa mal puesta y el cabello desordenado. Sin embargo, nada de eso irrumpía en que yo fuera una muy buena estudiante, jamás faltaba a ni una sola clase, no dejaba de hacer los trabajos y siempre era la mejor nota en cualquier examen.

Con el aire entre mis pulmones, toqué la puerta un par de veces. Estaba preparada para la típica charla de la directora, podría estar acostumbrada pero cada vez que me hallaba aquí, me sentía nerviosa.

—¿Otra vez aquí Gwen?—Anna la secretaria, me miraba divertida desde su escritorio, rodé los ojos y solté una risita entre dientes. Aquella mujer de melena roja era muy agradable, nadie la odiaba o siquiera la detestaba, posiblemente era su cálida forma de tratar.

Dejé mi cuerpo pasar a través de la abertura de la puerta y me senté en la típica silla de espera al frente de Anna, que se encontraba a unos dos metros de mí separada por un estante al estilo de barra, en esta sala siempre tenía que esperar a que la directora me llamara. La sala era tan silenciosa que lo único que resonaba en ella eran los dedos de Anna golpeteando las teclas de la computadora.

—¿Crees que tarde mucho? —le pregunté refiriéndome a la directora, ella dejó de teclear y ahora me daba toda su atención.

—Es lo más probable, está en una junta en estos momentos —espetó ladeando una sonrisa, para volver a continuar lo que sea que estuviera escribiendo.

Al parecer no solo me había perdido la clase de Freeman, si no también estaría por perderme la clase de la señora Warren, estaba totalmente segura que me detestaba. Ella hacía lo que fuera para sacarme de quicio, cualquier persona en su sano juicio podía notar eso. Siempre me hacía preguntas sobre temas que aún no nos ha dado y si no respondía bien, me calificaba con un cinco, a la única persona de la clase que le hacía ese tipo de preguntas era a mí.

Perder su clase después de todo no iba a ser tan malo. Estar o no estar presente era lo mismo, cualquier de las dos opciones daban el mismo resultado.

Lo más probable era que Wells me asesinara antes que la señora Warren, mi mejor amigo que ha hecho que la secundaria no fuera tan mala. Wells era un tanto sobreprotector, tal vez más como una niñera que siempre me cuidaba las espaldas. Hasta en clases, y me regañaba las veces en que me dormía, sabía que estaba en problemas cuando tenía la mano de Wells en mi hombro sacudiéndolo una y otra vez para despertarme. Al abrir los ojos, entre Freeman y Wells, la cara más furiosa era la de mi amigo.

El ruido de la manija abriéndose me disparó fuera de mis pensamientos, una ráfaga de frío cortante atravesó mi cuerpo como si éste fueran cuchillas invisibles y ligeramente dolorosas, me sentí en total desconcerto. Como si simplemente me hubieran desconectado de una máquina respiratoria, o hubiera sufrido parálisis en todo mi cuerpo.

Pude notar una mano mucho más grande que la mía, un tanto pálida y con varios anillos en los dedos, estaba tomando el pomo de ésta dejándose pasar. Podría estar sorprendida por su altura, por supuesto que al lado de mi era un gigante, el chico era bastante alto como de 1.84m, vestía jeans ajustados de un tono gris muy oscuro, como si estuviesen desteñidos. Su grueso suéter azul marino resaltaba el verde eléctrico en sus ojos, eran suaves, tenía su atención hacia Anna. Sus finos labios color carmesí estaban fruncidos, algo muy serios. Sentí envidia por su color natural, cualquier chica desearía unos labios así. La manga del suéter de su mano en la que sostenía la manija se había alzado unos centímetros por su brazo, dejando ver un tatuaje. Era una frase, pero no podía llegar a leerla completa, sólo el final, la tinta negra resaltaba el color de su piel.

Ángel 234(I&II)Where stories live. Discover now