Prefacio.

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                                 Prólogo.
  

¿Ella lo conocía? Esa era la pregunta que se hacía la chica, cuyas facciones se habían contraído, al estar en frente de quien alguna vez la hizo tan feliz. Y ahora parece ser un extraño. No quedaba nada en ella. Nada en ella que decirle para poderle ayudar. No estaba triste, ni tampoco molesta. Ella ya no sabía lo que sentía, tampoco tenía en claro si lo quería de la misma forma que antes. Le tenía miedo, pero no miedo porque pensara que le podría hacer daño. Si no por la destrucción que le hacía a su vida. La vida de Hult parecía destruida.

—¿Confías en mi?— preguntó Hult, algo irritado.

Era de la única forma que ha estado últimamente. La chica de larga cabellera castaña, se relamió los labios antes de decir las palabras más duras, que por lo menos para ella, le ha dicho.

—No —escupió en un murmuro —Ya no confío en ti.

Hult la miró con ojos desesperanzados, apenas podía mantenerlos firmes. Como de costumbre apestaba a licor y cigarrillos. Y, con la voz más profunda y ronca que antes, habló—Entonces vete de mi jodida vida si es lo que tanto quieres.

Gwen estaba cansada de lo mismo, una y otra vez. Pero aun así lo seguía amando, aunque se fuera de su vida constantemente. Miraba la destrucción que se causó el chico a sí mismo, y eso le causaba dolor a ella. Porque sabía que en el fondo estaba ese torbellino de colores, aquel pálido chico de risas contagiosas y miradas intensas.

Creo que por un momento sintió alivio, porque su mismo cansancio la llevó a no preocuparse por lo que él le había dicho. Solo quería paz. Ella no entendía en qué momento se iba a detener.

—¿Así arreglas los problemas? —cuestionó muy neutra. El chico ladeó una sonrisa, una sonrisa rota.

—Yo mismo soy uno. Si no sé arreglarme a mi, no esperes que haga algo al respecto— bufó de mala gana, antes de darle una última mirada con desdén y darse la vuelta para subirse en aquel auto color negro del cual Gwen se había acostumbrado. Hizo rugir el motor haciendo saber que ya se iba.

—¡Hult, estoy hablando contigo! Préstame atención por lo menos una vez —suplicó la chica, caminando hacia él.

—Y yo no deseo escucharte, Gwen— con sus labios carmesí delineó suavemente su nombre. Con esto último se largó.

Ahora Gwen se hacía la misma pregunta que cuando no lo conocía.

¿Quién era Hult Sullivan?

                                                                           (...)

Próximamente podrán leer la novela en menos de un mes.

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Ángel 234(I&II)Where stories live. Discover now